lunes, 7 de junio de 2010

José María Álvarez



Abçatritaz

Un secreto esplendor que aún no es ceniza —Francisco Brines

Si Brittles prefiere abrir la puerta en
presencia de testigos -dijo Gilles después de
una larga pausa-, me presto sin duda a
acompañarlo
—Charles Dickens

Podrías huir. Sin duda. La
nueva Luz del mundo, Octavio, te
perdonaría (si no gustoso, el interés
le haría respetarte,
cubrirte de riquezas). Y eres aún tan bella. Sí, podrías...

Pero no seguirás ese camino.
Y no
por el amor de Antonio, ni porque fuera indigno
de quien de tantos reyes es el último,
sino algo más profundo: algo que sólo a ti te vale,
a cuanto yace en tu memoria.
Y cómo modificaría
esa huida, el pasado.
Lo que fuera esplendor
–esa gloria por la que apostaste–
ahora sería mediocridad;
la grandeza de guerras y pasiones
quedaría convertida en las vulgares
apetencias de una zorra codiciosa.

Por eso, no lo dudas.
y dejas que te vistan tus sirvientas
con tus mejores ropas, y perfumas
tu cuello, y te sientas
segura y orgullosa
en ese trono. Y sin
que la sonrisa se borre de tu boca,
metes la mano en ese cesto
de higos que se mueven, y esperas
la picadura en tu muñeca.

José María Álvarez, Cartagena, España, 1942
imagen:  Reginald Arthur, The Death of Cleopatra (1892)



Tumba de Keats

                                               Referimos esto para recordar las virtudes antiguas —Polibio

                                               Así todos ganamos en sabiduría —Ralph Waldo Emerson


Aquel inglés que amó a Italia
y cuyos versos brillan
como iluminados por la luna,
tierra es
de Roma.
Si llegas a esa noble
ciudad, ve donde la piedra
dice que reposa.
Como contemplando la noche
o envejecer tu rostro,
no entenderás la muerte,
pero no será extraña.

José María Álvarez, Cartagena, España, 1942

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