lunes, 14 de junio de 2010

Gerardo Gambolini


Un dios exiguo

La soberbia no es grandeza sino hinchazón
—San Agustín


Y el Señor vagó horas de ocio
y persiguió piedras arrojadas con hastío
por su enunciado poder.
Yo existo! Yo existo! —gritaba—

Pero no había creyentes en los templos
ni blasfemos en los patios.
Así, una mañana, animó el universo inagotable
hasta la última oscuridad.

Y naciones libres y aldeas miserables
reconocieron la gloria y la ira
en la dispensa de la lluvia
y la condena de la peste.

Y la fe tocó la daga
y el pecho de los muertos. En verdad, en verdad,
tuyo es el reino y la lluvia
y la peste.

Amarás a dios por sobre todas las cosas,
dice, y dios soy yo. Y la venganza es mía.
Pero no creó el mundo
ni levantó una iglesia

ni se miró en las aguas
o en los ojos de sus obras
para ver el rostro de un demiurgo
menor, colérico, rollizo,

casto de arte, lejano de
presente, pasada, futura divinidad.

Gerardo Gambolini, Buenos Aires, Argentina, 1955
imagen: Rubens, La caída de Ícaro, 1636

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