lunes, 28 de febrero de 2011

T. S. Eliot


Retrato de una dama

Has cometido —
fornicación: pero fue en otro país
y, además, la muchacha ha muerto.
— Marlowe, El judío de Malta [IV, 1]


I

Entre el humo y la niebla de una tarde de diciembre
dejas que la escena se arme sola —como ha de parecer—
con un “He reservado esta tarde para usted”;
y cuatro velas tenues en la sala oscurecida,
cuatro círculos de luz dibujándose en el techo,
un atmósfera de tumba de Julieta
preparada para todas las cosas a decir, o no decir.
Fuimos, digamos, a escuchar al polaco de moda
transmitir los Preludios, por el cabello y los dedos.
“Tan íntimo, este Chopin, que creo que su alma
debería resucitar sólo entre amigos,
dos o tres, que no tocaran la frescura
manoseada y cuestionada en las salas de concierto.”
— Y la charla así va derivando
entre deseos vacíos y lamentos elegidos con cuidado
sobre un fondo de atenuados tonos de violines
mezclados con débiles cornetas,
y comienza.

“No sabé cuánto significan mis amigos para mí,
y qué raro, qué raro y extraño es encontrar,
en una vida hecha de tantos, tantos fragmentos
(y eso por supuesto no me gusta... ¿lo sabía? ¡Usted no es ciego!
¡Es tan perceptivo!),
encontrar un amigo que tenga esas cualidades,
que tenga y ofrezca
esas cualidades de las que vive la amistad.
Cuánto significa para mí decirle esto...
sin esas amistades... la vida, ¡qué cauchemar!”

Entre el devaneo de los violines
y los solos fugaces
de cornetas entrecortadas,
un sordo tambor en mi cerebro
empieza a martillear absurdamente
su propio preludio,
caprichoso y monocorde,
que es al menos una clara, definida “nota falsa”.
— Tomemos aire, en un trance de tabaco,
admiremos los monumentos,
discutamos los últimos sucesos,
pongamos en hora nuestro reloj con un reloj de la calle
y sentémonos un rato a tomar nuestra cerveza.

II

Ahora que las lilas están en flor
tiene un jarrón de lilas en la sala
y gira con los dedos una lila mientras habla.
“Ah, amigo mío, usted no sabe, usted no sabe
lo que es la vida, debería retenerla entre sus manos”;
(girando lentamente cada tallo)
“La deja fluir de usted, la deja fluir,
y la juventud es cruel, y no tiene remordimientos
y se ríe de las cosas que no puede ver.”
Yo sonrío, por supuesto,
y sigo tomando el té.
“Pero con estos atardeceres de abril, que por alguna razón
me traen a la memoria mi vida enterrada, y París en primavera,
me siento inmensamente en paz, y encuentro que el mundo
es espléndido y joven, después de todo.”

La voz prosigue como el terco disonar
de un violín roto, en una tarde de agosto:
“Siempre estoy segura de que usted
entiende mis sentimientos, segura de que siente,
de que tiende su mano, al otro lado del abismo.

Usted es invulnerable, no tiene talón de Aquiles.
Seguirá avanzando, y cuando haya triunfado
podrá decir: en este punto muchos fracasaron.

¿Pero qué tengo yo, qué tengo yo que ofrecerle,
amigo mío, qué puede usted recibir de mí?
Sólo la amistad y la comprensión
de alguien que se acerca al final del camino.

Yo estaré sentada aquí, sirviendo el té a los amigos...”

Tomo el sombrero: ¿cómo compensar cobardemente
lo que ella me dijo?
Me verán en el parque, de mañana,
leyendo los chistes y la página deportiva.
Observo en particular:
una condesa inglesa sube al escenario,
matan a un griego en un baile de polacos,
otro estafador de bancos que confiesa.
Mantengo la compostura, el dominio de mí mismo,
excepto cuando un organillo, mecánico y cansado,
reitera una gastada tonada popular
con aroma a jacintos del jardín,
evocando cosas que otros han deseado.
¿Están bien o están mal estas ideas?

III

Cae la noche de octubre; regreso igual que antes
excepto por una leve sensación de incomodidad,
subo la escalera y giro el picaporte
y siento como si hubiera subido a gatas.
“Así que se está yendo al extranjero... ¿Y cuándo vuelve?
Pero esa pregunta no tiene sentido.
Difícilmente sepa cuándo volverá,
hallará tanto que ver...”
Mi sonrisa cae de golpe entre los adornos.

“Quizás me pueda escribir.”
Mi aplomo se reaviva por un instante;
esto es lo que esperaba.

“Me estuve preguntando con frecuencia últimamente
(¡pero el principio jamás sabe el final!)
por qué no hemos llegado a ser amigos.”
Yo me siento como alguien que sonríe, y al volverse
observa de repente su expresión en un espejo.
Mi aplomo se desvanece; estamos verdaderamente a oscuras.

“Porque todos lo decían, todos nuestros amigos,
¡todos estaban seguros de que nuestros sentimientos
nos unirían tanto! Yo misma apenas si lo entiendo.
Ahora debemos dejárselo al destino.
Me escribirá, al menos.
Quizás no sea demasiado tarde.
Yo estaré sentada aquí, sirviendo el té a los amigos.”
Y yo debo adoptar una forma diferente cada vez
para hallar expresión... bailar, bailar
como un oso bailarín,
chillar como un loro, parlotear como un mono.
Tomemos aire, en un trance de tabaco —

¡Bien! ¿Y si ella muriera una tarde,
una tarde gris y neblinosa, un anochecer amarillento y rosa;
si muriese dejándome sentado pluma en mano
con la niebla que baja a los tejados;
dudando, por un buen rato,
sin saber qué sentir o si comprendo
o si soy sagaz o necio, tarde o muy temprano...
no llevaría ella la ventaja, al fin y al cabo?
La música concluye con una “cadencia moribunda”,
ya que hablamos de morir —
¿Y tendría yo derecho a sonreír?

Thomas Stearn Eliot, St. Louis, Missouri, 1888 - Londres, 1965
versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d



Portrait of a lady


Thou hast committed —
fornication: but that was in another country
and besides, the wench is dead.
—Marlowe, The Jew of Malta [IV, 1]


I

Among the smoke and fog of a December afternoon
You have the scene arrange itself —as it will seem to do—
With “I have saved this afternoon for you”;
And four wax candles in the darkened room,
Four rings of light upon the ceiling overhead,
An atmosphere of Juliet’s tomb
Prepared for all the things to be said, or left unsaid.
We have been, let us say, to hear the latest Pole
Transmit the Preludes, through his hair and finger-tips.
“So intimate, this Chopin, that I think his soul
Should be resurrected only among friends
Some two or three, who will not touch the bloom
That is rubbed and questioned in the concert room.”
—And so the conversation slips
Among velleities and carefully caught regrets
Through attenuated tones of violins
Mingled with remote cornets
And begins.

“You do not know how much they mean to me, my friends,
And how, how rare and strange it is, to find
In a life composed so much, so much of odds and ends,
(For indeed I do not love it ... you knew? you are not blind!
How keen you are!)
To find a friend who has these qualities,
Who has, and gives
Those qualities upon which friendship lives.
How much it means that I say this to you—
Without these friendships—life, what cauchemar!”

Among the windings of the violins
And the ariettes
Of cracked cornets
Inside my brain a dull tom-tom begins
Absurdly hammering a prelude of its own,
Capricious monotone
That is at least one definite “false note.”
—Let us take the air, in a tobacco trance,
Admire the monuments
Discuss the late events,
Correct our watches by the public clocks.
Then sit for half an hour and drink our bocks.

II

Now that lilacs are in bloom
She has a bowl of lilacs in her room
And twists one in her fingers while she talks.
“Ah, my friend, you do not know, you do not know
What life is, you should hold it in your hands”;
(Slowly twisting the lilac stalks)
“You let it flow from you, you let it flow,
And youth is cruel, and has no remorse
And smiles at situations which it cannot see.”
I smile, of course,
And go on drinking tea.
“Yet with these April sunsets, that somehow recall
My buried life, and Paris in the Spring,
I feel immeasurably at peace, and find the world
To be wonderful and youthful, after all.”

The voice returns like the insistent out-of-tune
Of a broken violin on an August afternoon:
“I am always sure that you understand
My feelings, always sure that you feel,
Sure that across the gulf you reach your hand.

You are invulnerable, you have no Achilles’ heel.
You will go on, and when you have prevailed
You can say: at this point many a one has failed.

But what have I, but what have I, my friend,
To give you, what can you receive from me?
Only the friendship and the sympathy
Of one about to reach her journey’s end.

I shall sit here, serving tea to friends....”

I take my hat: how can I make a cowardly amends
For what she has said to me?
You will see me any morning in the park
Reading the comics and the sporting page.
Particularly I remark An English countess goes upon the stage.
A Greek was murdered at a Polish dance,
Another bank defaulter has confessed.
I keep my countenance, I remain self-possessed
Except when a street piano, mechanical and tired
Reiterates some worn-out common song
With the smell of hyacinths across the garden
Recalling things that other people have desired.
Are these ideas right or wrong?

III

The October night comes down; returning as before
Except for a slight sensation of being ill at ease
I mount the stairs and turn the handle of the door
And feel as if I had mounted on my hands and knees.

“And so you are going abroad; and when do you return?
But that’s a useless question.
You hardly know when you are coming back,
You will find so much to learn.”
My smile falls heavily among the bric-à-brac.

“Perhaps you can write to me.”
My self-possession flares up for a second;
This is as I had reckoned.

“I have been wondering frequently of late
(But our beginnings never know our ends!)
Why we have not developed into friends.”
I feel like one who smiles, and turning shall remark
Suddenly, his expression in a glass.
My self-possession gutters; we are really in the dark.

“For everybody said so, all our friends,
They all were sure our feelings would relate
So closely! I myself can hardly understand.
We must leave it now to fate.
You will write, at any rate.
Perhaps it is not too late.
I shall sit here, serving tea to friends.”

And I must borrow every changing shape
To find expression ... dance, dance
Like a dancing bear,
Cry like a parrot, chatter like an ape.
Let us take the air, in a tobacco trance—

Well! and what if she should die some afternoon,
Afternoon grey and smoky, evening yellow and rose;
Should die and leave me sitting pen in hand
With the smoke coming down above the housetops;
Doubtful, for quite a while
Not knowing what to feel or if I understand
Or whether wise or foolish, tardy or too soon...
Would she not have the advantage, after all?
This music is successful with a “dying fall”
Now that we talk of dying—
And should I have the right to smile?

sábado, 19 de febrero de 2011

Constantine P. Cavafy


El plazo de Nerón

No se inquieto Nerón al escuchar
el vaticinio del Oráculo de Delfos.
“De los setenta y tres años guárdate.”
Tiempo había aún de disfrutar.
Tiene treinta y tres años. Muy largo
es el plazo que el dios le da
para pensar en riesgos futuros.

Ahora, algo cansado, volverá a Roma,
mas deliciosamente cansado de este viaje,
en el que todo fueron días de placer —
en teatros, en jardines, en gimnasios...
Noches en las ciudades de Acaya...
Y el placer, ay, sobre todo, de los cuerpos desnudos...

En esas, Nerón. Y mientras, en Hispania, Galba
recluta secretamente su ejército y lo entrena,
un anciano de setenta y tres años.

Constantine P. Cavafy, 1863-1933, Alejandría, Egipto
Traducción de Pedro Bádenas de la Peña, C.P. Cavafis,
Poesía completa
, Alianza Editorial, Madrid, 1982
imagen: C. Cavafy, por Thalia-Flora Karavia, 1926


Voces

Voces imaginarias y amadas
de aquellos que murieron o de aquellos que están,
como los muertos, perdidos para nosotros.

A veces nos hablan en sueños;
a veces, en su imaginación, las oye el pensamiento.

Y, con su sonido, retornan por un instante
ecos de la poesía primera de nuestra vida —
como música que, en la noche, se extingue lejana.

Constantine P. Cavafy, 1863-1933, Alejandría, Egipto
Traducción de Pedro Bádenas de la Peña, C.P. Cavafis,
Poesía completa
, Alianza Editorial, Madrid, 1982


Deseos

Como cuerpos hermosos de muertos que no envejecieron
y que con llanto sepultarán en espléndido mausoleo,
rosas en su cabeza y jazmines a sus pies —
a esto semejan los deseos que pasaron
sin cumplirse; sin merecer una sola
noche de placer o un luminoso amanecer.

Constantine P. Cavafy, 1863-1933, Alejandría, Egipto
Traducción de Pedro Bádenas de la Peña, C.P. Cavafis,
Poesía completa
, Alianza Editorial, Madrid, 1982

domingo, 13 de febrero de 2011

Fabián Casas


Despertarte

Despertarte a mitad de la noche
y ver en el otro lado de la cama
a tu mujer llorando
es una experiencia importante.
Quiere decir, entre otras cosas,
que miengras paseabas por los cuartos
iluminados de tu cerebro
algo se estaba gestando cerca tuyo.
Un error con el cual mantenés
una particular relación de intimidad.
Porque aunque no firmemos nada,
ni corramos apurados bajo la lluvia de arroz
pensamos que es para toda la vida
y así seguimos.
Botes, que durante la noche
quedan amarrados en el muelle,
golpeándose entre sí,
según el viento.

Fabián Casas, Buenos Aires, Argentina, 1965
imagen: s/d


A mitad de la noche

Me levanto a mitad de la noche con mucha sed.
Mi viejo duerme, mis hermanos duermen.
Estoy desnudo en el medio del patio
y tengo la sensación de que las cosas no me reconocen.
Parece que detrás de mí nada hubiese concluido.
Pero estoy otra vez en el lugar donde nací.
El viaje del salmón
en una época dura.
Pienso esto y abro la heladera:
un poco de luz desde las cosas
que se mantienen frías.

Fabián Casas, Buenos Aires, Argentina, 1965


Música

Mi tía concilia el sueño a los ochenta años
escuchando viejas canciones en su radio portátil.
En su pieza, en lo oscuro,
el éter se ha transformado en algo vital.
Supongo que estas cosas pasan
y me pasarán también a mí.
Sobre el final de la vida
la única música que existe
está fuera de nosotros.

Fabián Casas, Buenos Aires, Argentina, 1965

miércoles, 9 de febrero de 2011

Enrique Molina


También nosotros

Sí, zarparemos con los últimos barcos.
Al mar también le duelen las piedras que lo ciñen,
cuando su ronca cólera no basta
a estremecer la muerte del pequeño marisco.

Apartadme de mí, de mi larga estadía.
Siempre el rostro las manos, el sueño y el espejo.
Podrías recordarme como al humo:
para eso hay muelles de dulce declive.

Eternas criaturas de la tierra,
seguiremos andando debajo de las flores,
con ligeras estrías azules en el hombro.
Y acaso reconozcan nuestros nietos por su pelo
arbolado,
por sus ojos de tristes nadadores,
y su manera de decir: “Otoño...”

Enrique Molina, Buenos Aires, Argentina, 1910-1997
imagen: s/d


Luz de patíbulo

¡No quiero morir! me digo a menudo como un imbécil
descorriendo los paños agrios del amanecer sobre mi
máscara de mono
sobre mi corazón sin principios
¡entre la avaricia de la tierra confusa y ardiente como el
camarín de una loca!

No quiero morir sin conocer a fondo una piedra una mano
la rueda de hormigas y vino que mueve la noche la amistad
de los pájaros en esas regiones baldías donde se muele la harina
sin fin en el calendario
con mi alma de encrucijada y de caricia girando en el viento
de la frustración
excitante como el horizonte
¡como un sexo insatisfecho hasta los últimos óvulos de la
costa que se pierde de vista!

¡No quiero morir! me digo aullando con la apuesta perdida
de otro día en plena sangre
yo que insultaba a esos cargadores de inmundicias y a esos
otros devoradores de migajas benditas por amor a la muerte
exijo una piel de orquídeas bajo la demencia de las estrellas
una injuria de prisionero secuestrado por las olas
esas mujeres fanáticas insomnes en sus pobres hospitales de
besos entre los fuegos nocturnos.

Yo hijo de labores incompletas y regiones extrañas
hijo de sementeras errantes y de matrices ansiosas
hijo de corrientes de uñas hambrientas
hijo de hembra fosforescente
no quiero morir bajo mi piel
bajo mi voz
para vociferar en la sombra tras esos ventanales inmensos
y empañados
donde apoyan la frente criaturas de muralla y de lluvia...

Enrique Molina, Buenos Aires, Argentina, 1910-1997

domingo, 6 de febrero de 2011

Ricardo E. Molinari


Poema

Ya se fueron los amigos, casi todos los amigos
y la tarde se halla
apartada y vacía,
pronto entrará el otoño
y quedarán los pájaros
con el canto sombrío,
de repente.
Quiero labrar una palabra que sobreviva
mientras miro tus manos
que me sostienen.

Siempre llegas por el sueño, limpia y lejana
y todo es infinito, silencioso.
Aquí, en este encerrado ensimismamiento
la descendida eternidad
vaga inaccesible, por el espacio.
Ya estoy cumplido de estar vivo,
he crecido hasta la vejez,
me distraigo en ausencias
y te nombro.

El tiempo esparcido
y desembarazado,
se divierte y grita
en tanta hoja verde,
con el verano.
Acá, dentro de mi corazón
te quedas aquietada.
¿Qué haría sin ti,
extraño en mi sombra recogida?
¡Oh, tiempo, ya sin vivir,
sostenido
y acabado!
¡Qué voluntad de llover trae el cielo
y cómo lo habrán mirado
las flores azules de los cardos...!
Nadie ha cambiado,
me llegan de la inmensa tarde,
como pájaros de las planicies
las despiertas imágenes de la tierra.
¡Oh, el inmóvil y lejano sueño todavía!

Ricardo E. Molinari, Buenos Aires, 1898-1996
imagen: First Sketch, Sunflowers in Snow, Casey Klahn