miércoles, 30 de marzo de 2011

Gerard Smyth



Canción marinera

El padre de mi padre,
famoso por lo bien que conocía las estrellas,
añoraba con nostalgia
los nudos de cabo, las cadenas de ancla,
arribar al puerto desde las pasturas nocturnas
del océano. Lo que más amaba
eran las luces de la costa,
las ciudades ribereñas emanando humo
en el húmedo noviembre.

El padre de mi padre
conocía el mar por lo que era:
un auténtico bastardo sonriendo en la oscuridad,
llenando los bolsillos abultados
del capitán de puerto.
Al levantarse de su litera
un sexto sentido le decía que no confiara
en la calma absoluta de las albas que se veían
como el primer día del mundo.

Gerard Smyth, Dublin, Irlanda, 1951
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: William Turner, Steam Boat in a Snow Storm (1842)


Shanty

My father’s father,
known for his navigator’s knowledge of the stars,
was filled with nostalgia
for ropeknots, anchor-chains,
arriving in the harbour from the night-pastures
of the sea. What he loved most
were the lights of the coast,
the seatowns issuing smoke
in wet November.

My father’s father
knew the sea for what it was:
a proper bastard smirking in the darkness,
filling the fat pockets
of the harbour master.
Rising from his sailor’s bed
his sixth sense told him not to trust
the complete stillness of dawns that felt
like the first day of the world.



Enero

Cuando la guirnalda está seca
en la basura de Navidad
y el calendario viejo no tiene más días que darnos,

mi vecino sale de su casa
bajo el frío, antes que asome el sol
con su luz gris de enero.

Va hasta un escritorio que gobierna su vida.
Todos los días el mismo camino
a través de una ciudad animada por señales

y banderas que ostentan los colores de la tribu.
Está afuera de la mañana a la noche,
hasta que Sirio brilla y entonces vuelve

a su comida nocturna y la pantalla de TV
que mira hasta los créditos del final:
la larga lista de etcéteras pasados de prisa.

Gerard Smyth, Dublin, Irlanda, 1951
Versión © Gerardo Gambolini



January

When the holly wreath is dead
in the Christmas rubbish
and the old calendar has no more days to give us

my neighbour leaves his house
in the chill before the sun comes out
with its grey January light.

He makes his way to a desk that governs his life.
The same journey every day
through a city lit up by traffic signs

and flags that flaunt the colours of the tribe.
He is gone between morning and night,
until the dog-star shines and he returns

to his evening meal and the TV screen
that he watches until the end-credits:
the long list of etceteras scrolled in haste.

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