miércoles, 1 de junio de 2011

Harry Clifton



Benjamin Fondane parte al este

Mírennos ahora, desde los años idos —
            París de entreguerras.
Penélopes y Julietas, cafiches y traficantes
de azúcar y tabaco. Los niños y niñas
con estrellas en la solapa, que duermen sobre paja
como el resto, y sacan el agua sucia.
¿Y quién podría negar que somos iguales, bajo una Ley
que nos aniquila a todos? Conformistas, partisanos,
tú, a quien jamás podría abandonar, mi hermana del alma, 
bebiendo el agua con gusto a bronce de las canillas

de Drancy, donde el tiempo y el espacio son la antesala
            de nuestra última idea de la eternidad —
Los trenes que van en convoyes al este, sellados y numerados,
a un destino desconocido. Pitchipoi,
como lo llama el ingenio según el cuento yiddish —
Una aldea en un claro, zlotys cambiados por francos,
los niños con sus libros, los enfermos y los viejos
atendidos, y el resto sospechosamente mudo
con las postales que vuelven como hojas muertas
desde ese otro mundo en el que nos piden creer.

¡La muerte no es absoluta! ¡Dos y dos son cinco!
            ¡Mis poemas van a sobrevivir!
¿Por qué no volar frente a la razón y gritar
como dice Shestov? Descifrar el anagrama
de mi nombre verdadero, que ahora es barro,
y decirles a Jean Wahl y Bachelard, bien pensants,
que los perdono, mientras acechan en los pasillos
de la Sorbona y las páginas de los Cahiers du Sud.
Nos perdono a todos, porque no sabemos quiénes somos.
Irracionales, fugaces, atrapados entre guerras,

fingiendo nuestra propia muerte, en trece estados-nación,
            mientras las monedas colapsan
y las fronteras y todos nosotros transmigramos
como almas por el espacio neutral del mapa.
Atenas y Jerusalén, Ulises y el Judío Errante —
Allí vamos todos, los vivos y los muertos,
el uno en el otro. . . Llámennos la muchedumbre de París,
irreal, desarraigada, espectros a la deriva,
las cenizas de nuestros ancestros en valijas,
con rumbo a Buenos Aires, con rumbo a lo Nuevo.

En las disipaciones de la sala de vapor, el hedor del baño,
            cuando la gente del Libro
se desvistió, finalmente aprendí a pensar.
Vi la vergüenza y la belleza, y me estremecí
ante las rodillas añosas de los patriarcas, los rollos de las caderas
y los pechos de las mujeres, los cuerpos que aparecían, se alejaban,  
se paraban, se arrodillaban, esperaban, despojados finalmente
de civilización — en su estado natural.
En el fondo de la orgía, detrás del vapor y los grifos
vi los años del auténtico Apocalipsis.

Y ahora me dicen, “Esconde tus poemas, espera —
            En algún momento de mil nueve ochenta
los lectores van a descubrirte. . .” Veo una calle de París,
un viejo buzón, una zona de salto al infinito
en un pasillo cubierto de hojas, donde un editor hace mucho
salió del negocio y un joven
busca en el desorden sibilino y el exceso
unas palabras perdidas — mi hermana del alma, mi esposa
hasta que la muerte nos separe, en las Marchas al Este. . .
Y eso, quién sabe, será la otra vida.

El poeta rumano judío Benjamin Fondane (1898-1944) se mudó a París en 1922. 
Deportado de Drancy, murió en Birkenau.

Harry Clifton, Dublín, Irlanda, 1952
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Benjamin Fondane


Benjamin Fondane Departs For The East

Look at us now, from the vanished years —
            Paris between the wars.
Penelopes and Juliets, primps and racketeers
Of sugar and tobacco. Boys and girls
With stars on their lapels, who sleep on straw
Like everyone else, and carry out the slops.
And who could deny we’re equals, under a Law
Anihilating us all? Conformists, resisters,
You I would never abandon, my own soul-sister,
Drinking brassy water from the taps

Of Drancy, where time and space are the antechamber
            To our last idea of eternity —
Trains going east in convoys, sealed and numbered,
To an unknown destination. Pitchipoi
As the wits describe it, after the Yiddish tale —
A village in a clearing, zlotys changed for francs,
Children at their books, the old and frail
Looked after, and the rest suspiciously blank
On the postcards drifting like dead leaves
Back from that other world we are asked to believe in.

Death is not absolute! Two and two make five!
            My poems will survive!
Why not fly in the face of reason and scream
As Shestov says? Unscramble the anagram
Of my real name, which now is mud,
And tell Jean Wahl and Bachelard, bien pensants,
I forgive them, as they stalk the corridors
Of the Sorbonne, and the pages of the Cahiers du Sud.
I forgive us all, for we know not who we are.
Irrational, fleeting, caught between wars,

Faking our own death, in thirteen nation-states,
            As the monies collapse
And the borders, and all of us transmigrate
Like souls, through the neutral space on the map.
Athens and Jerusalem, Ulysses and the Wandering Jew —
There we all go, the living and the dead,
The one in the other. . . Call us the Paris crowd,
Unreal, uprooted, spectres drifting through,
The ashes of our ancestors in suitcases,
Bound for Buenos Aires, bound for the New.

In the steamroom dissipatings, the bathhouse stink,
            As the people of the Book
Undressed themselves, I learned at last how to think.
I saw the shame and beauty, and I shook
At patriarchs’ aged knees, the love-handles of hips
And women breasts, emerging, disappearing,
Standing, kneeling, waiting, finally stripped
Of civilization — in their natural state.
At the heart of the orgy, I saw into the years
Beyond steam and faucets, to the real Apocalypse.

And now they tell me “Hide your poems, wait —
            Somewhere in Nineteen Eighty
Readers will find you. . . .” I see a Paris street,
Old letterbox, a drop-zone for the infinite
In a leaf-littered hallway, where a publisher long ago
Went out of business, and a young man searches
In the sibylline mess and the overflow
For a few lost words — my own soul-sister, my wife
Till death us do part, in the Eastern Marches. . .
And that, who knows, will be the alterlife.

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