martes, 31 de enero de 2012

Jorge L. Borges




Rosas

En la sala tranquila
cuyo reloj austero derrama
un tiempo ya sin aventuras ni asombro
sobre la decente blancura
que amortaja la pasión roja de la caoba,
alguien, como reproche cariñoso,
pronunció el nombre familiar y temido.
La imagen del tirano
abarrotó el instante,
no clara como un mármol en la tarde,
sino grande y umbría
como la sombra de una montaña remota
y conjeturas y memorias
sucedieron a la mención eventual
como un eco insondable.
Famosamente infame
su nombre fue desolación en las casas,
idolátrico amor en el gauchaje
y el horror del tajo en la garganta.
Hoy el olvido borra su censo de muertes,
porque son venales las muertes
si las pensamos como parte del Tiempo,
esa inmortalidad infatigable
que anonada con silenciosa culpa las razas
y en cuya herida siempre abierta
que el último dios habrá de restañar el último día,
cabe toda la sangre derramada.
No sé si Rosas
fue solo un ávido puñal como los abuelos decían;
creo que fue como tú y yo
un hecho entre los hechos
que vivió en la zozobra cotidiana
y dirigió para exaltaciones y penas
la incertidumbre de otros.

Ahora el mar es una larga separación
entre la ceniza y la patria.
Ya toda la vida, por humilde que sea,
puede pisar su nada y su noche.
Ya Dios lo habrá olvidado
y es menos una injuria que una piedad
demorar su infinita disolución
con limosnas de odio.

Jorge L. Borges, Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986
imagen: La Batalla de Caseros – fuente: kalipedia.com
de Fervor de Buenos Aires, 1922




Líneas que pude haber escrito y perdido hacia 1922

Silenciosas batallas del ocaso
en arrabales últimos,
siempre antiguas derrotas de una guerra en el cielo,
albas ruinosas que nos llegan
desde el fondo desierto del espacio
como desde el fondo del tiempo,
negros jardines de la lluvia, una esfinge en un libro
que yo tenía miedo de abrir
y cuya imagen vuelve en los sueños,
la corrupción y el eco que seremos,
la luna sobre el mármol,
árboles que se elevan y perduran
como divinidades tranquilas,
la mutua noche y la esperada tarde,
Walt Whitman, cuyo nombre es el universo,
la espada valerosa de un rey
en el silencioso lecho de un río,
los sajones, los árabes y los godos
que, sin saberlo, me engendraron,
¿soy yo esas cosas y las otras
o son llaves secretas y arduas álgebras
de lo que no sabremos nunca?

Jorge L. Borges, Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986
de Fervor de Buenos Aires, 1922


lunes, 30 de enero de 2012

María Barrientos




Oh sol es el tiempo de la razón ardiente


—Guillaume Apollinaire


Las cabecitas
de las uvas
caen como salmos
sobre la mesa matinal.
En el sosiego fugaz
varios soles
comparten un rayo.
Voces de niños
hacen pensar que la guerra
está lejos
y el poeta reclina sus viajes
junto a una gran mamita
pelirroja
ocupada en preparar
el funeral.


Destinos

¿Ya sabía que eso no era la felicidad?
me conformaba con momentos
con ver las campanillas azules
bajo el sol del verano

la carne se derretía como una masa
podrían habeme estirado y hacer varias niñas
Iguales
Iguales
Iguales
pero
una sombrilla floreada
me distinguía a lo lejos
               si miraba hacia arriba
veía las rositas
quemándose en  mi cabeza.

Era su destino.


María Barrientos, Buenos Aires, Argentina, 1959
imagen: s/d

sábado, 28 de enero de 2012

Hilda Rais





Apaciguar la sed con palabras.
Lo único que logro es suavizar
milímetros hirientes.
Ato y desato hilos frágiles.

---

Si nos miramos
no fuimos nuestro espejo ni nos vimos
cada una en la otra habla sola
de extracciones
y nuestro cuerpo, si ha sido separado
dónde termina
cuándo nos une.

---

Piedras de mi corazón
medicamentos del más variado gusto y sin sabor
tropiezan con el sueño
                                   palabras de vigilia.
Para quien vive aún no acaba el miedo
y su corona de flores se deshace en la frente
porque es noche y nadie mira.

---

Hablar del miedo es algo tan tramposo
no puedo contar con mi lenguaje
ella me habla y quiere que la escuche
y qué es lo que temo si sólo son palabras?
Es lo que sus palabras hacen con mis días.


Hilda Rais, Buenos Aires, Argentina, 1951
de Belvedere, Libros de Tierra Firme, 1990
imagen: Escher, Belvedere


jueves, 26 de enero de 2012

Santiago Kovadloff





No hay sitio, no hay tiempo, no hay
carta de Caracas.
Hay calor, es atroz.
Algo sucede, es evidente,
sueños idos podrían ser, algún
lamento.

Alguien traza un final, algo se agota;
es imperioso estar en algún sitio,
y no hay sitio
ni tiempo
ni carta de Caracas.




Cecí, mi corazón no es gran cosa:
pulcritudes,
lo diurno,
el aseado lugar.

Arranquemos tu piel devastadora
a mi día de trabajo.
No quiero el mal de tantos,
las feroces alegrías,
vidas que no viviré.

No conviene que un hombre
se agote en el amor.
Devuélveme el corazón, Cecí.
Mi corazón no es gran cosa.




Inquietante lección de los jazmines:
cuanto más agonizan más perfuman.

Doblados sobre el tallo,
yendo del blanco luz al blanco macilento,
caen y se pudren
mientras perfuman sin tregua
el cuarto en que aún resisto.

Las calles ordenadas por el miedo están sembradas
de jazmines;
los errores, los encierros, la deriva ciudadana,
poblados de jazmines.

En el país nadie sabe terminar como esas flores.
Imposible hacer que la vergüenza exhale suavidades
o que brote más que sombra del engaño.

Los jazmines acusan,
su aroma muerde las migajas del honor.

O cambiamos el país o abolimos el verano.


Santiago Kovadloff, Buenos Aires, Argentina, 1942 
imagen: http://www.capitaldellibro2011.gob.ar



domingo, 22 de enero de 2012

Tennessee Williams





Estoy cansado.
Estoy cansado del discurso y de la acción.
Si te cruzas conmigo en la
calle no me preguntes porque
sólo te puedo decir mi nombre
y el nombre del pueblo en que
nací — pero con eso basta.
Ya no me importa que el día
llegue de nuevo. Si es sólo
esta noche y después es
la mañana, ya no importará.
Estoy cansado. Estoy cansado del discurso
y de la acción. En lo profundo de mí
hallarás un pequeño puñado de
polvo. Tómalo y sóplalo
al viento. Deja que el viento lo
lleve, y encontrará su camino a casa.


Tennessee Williams, Estados Unidos, 1911-1983
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: fuente: mtmkobbe.blogspot.com


Blue Song

I am tired.
I am tired of speech and of action.
If you should meet me upon the
street do not question me for
I can tell you only my name
and the name of the town I was
born in–but that is enough.
It does not matter whether tomorrow
arrives anymore. If there is
only this night and after it is
morning it will not matter now.
I am tired. I am tired of speech
and of action. In the heart of me
you will find a tiny handful of
dust. Take it and blow it out
upon the wind. Let the wind have
it and it will find its way home.




sábado, 21 de enero de 2012

José Emilio Tallarico





Trabajo vano de los cuerpos.
Palabras
por cuyas líneas disipadas
se empecina el rastro del amor.

Y el sol quema estos álamos. Siempre.



Yo quise traspasar el umbral de los cerdos.
Comí con ellos bajo el espíritu de las edades,
con la parte cautiva de mí,
con mis orígenes de pobre tipo fiel.
Fue inútil: la verdad, como una rosa fría,
sangró por mi boca.



Pon tu cabeza entre la sábana y el espejo
que quisiste tapar.

Todo el silencio que haya será tuyo.



Sigo la narracción, Viejo.
Tanto la propia
como las tantísimas tumbas ajenas
giran en la hermandad del pensamiento.
Sigo, pero te confieso que no sé dónde ir.
No veo casa ni entereza plantada
al borde del camino.
Otro día de bochorno llega
y escarmienta con piedra encendida.
Otro día de amianto, de breve corazón.
Quién sabe en vísperas
de qué otro cumpleaños tuyo volveré.
Noventa años, Viejo: honda suma.
Seis claveles. Y una puerta que me cuesta cerrar.

José Emilio Tallarico, Buenos Aires, Argentina, 1950
imagen: s/d

viernes, 20 de enero de 2012

Juan Filloy






No diré que tu frente es de diamante
ni tus labios dos límpidos rubíes
ni los dientes que muestras cuando ríes
dos hileras de perlas de Levante…

No diré que fulgura rutilante
el zafir de tus ojos si sonríes
ni que es oro el cabello conque engríes
el alabastro de tu tez fragante…

No lo diré jamás; porque yo quiero
que sepas que soy bardo y no joyero;
y que sepas también para tu gloria

que pesado tu ser en santa calma
prefiero a tu belleza transitoria
la suprema belleza de tu alma

Juan Filloy, Argentina, 1894-2000
de Sonetos (1996)
imagen: s/d



En el tranquilo golfo de los senos
De esta callada meretriz obesa
Como un barco borracho,
Se tumbó mi lujuria
Bajo el acantilado de su enorme
Garganta, mi cabeza tuvo un suave
Vaivén de ritmo póstumo.
!Y en sus flácidas ondas
Pregusté la molicie
Que borra las penurias del naufragio!
Cuando en el mar de sombras
Del golfo de la muerte
Yazga tumbado mi bajel de carne
!Qué no diera por ver como una estrella
rutilando el recuerdo
De esta callada meretriz obesa,
Que abrigó mi lujuria
—Triste barco borracho—
En el tranquilo golfo de sus senos! 

Juan Filloy, Argentina, 1894-2000
de Balumba (1933)


miércoles, 18 de enero de 2012

Rodolfo Modern // 4 poemas





Las alas mejoran la salud
del aire
nos acercan al sol
y se derriten cuando cera las recubre.
Pero el espacio es soledad
también con pájaros
(ellos lo saben y se aquietan sobre los promontorios
o en cuevas)
Entonces las caídas
son pausas y descansos convenientes.
Y todo arriba
pesa y es atraído
por obligaciones de la tierra.



Parecería
que cosas y retina
se encontraran por azar
o por disposiciones de lo alto.

Sea como fuere
el disparador  obtiene
imágenes
el cuello de Nefertiti
las burbujas de agua en un vaso
sirio
harapos del pordiosero.

El destino es un término 
de accesos asombrosos.



Pero los nombres son dados
desde ciertas esferas
y las voces obedecen
una orden.

Siervos
en el reino de la palabra
como tallos castigados
por vientos del invierno.

Decimos entonces
lo que no es nuestro.



La raíz lo atrae con tenacidad y mando
hacia el origen
y a la raíz retorna con fatiga
                                   o calcinado,
Un perro lo recibe solamente
y en un rincón las ilusiones agonizan.

El nombre de la soledad es patria. 


Rodolfo Modern, Buenos Aires, 1922

imagen: s/d

martes, 17 de enero de 2012

Miguel de Unamuno





Horas serenas del ocaso breve,
cuando la mar se abraza con el cielo
y se despierta el inmortal anhelo
que al fundirse la lumbre, lumbre bebe.

Copos perdidos de encendida nieve,
las estrellas se posan en el suelo
de la noche celeste, y su consuelo
nos dan piadosas con su brillo leve.

Como en concha sutil perla perdida,
lágrima de las olas gemebundas,
entre el cielo y la mar sobrecogida

el alma cuaja luces moribundas
y recoge en el lecho de su vida
el poso de sus penas más profundas.

Miguel de Unamuno, España, 1864-1936
imagen: s/d



To die, to sleep..., to sleep... perchance to dream.

—Hamlet, acto III, escena IV


Eres sueño de un dios; cuando despierte
¿al seno tornarás de que surgiste?
¿Serás al cabo lo que un día fuiste?
¿Parto de desnacer será tu muerte?

¿El sueño yace en la vigilia inerte?
Por dicha aquí el misterio nos asiste;
para remedio de la vida triste,
secreto inquebrantable es nuestra suerte.

Deja en la niebla hundido tu futuro
ve tranquilo a dar tu último paso,
que cuanta menos luz, vas más seguro.

Aurora de otro mundo es nuestro ocaso?
Sueña, alma mía, en tu sendero oscuro:
“Morir... dormir... dormir... soñar acaso!”

Miguel de Unamuno, España, 1864-1936


domingo, 15 de enero de 2012

Gary Vila Ortíz






¿A dónde iremos a vivir,
En qué tierra olvidaremos
nuestra piel,
bajo qué musgo crecerán
nuestras últimas palabras?

Allá se encuentre tu sonrisa
y tu mano hacia la flor,
pero muy cerca del otro abismo
con que alguna vez
hemos soñado

Nada sin embargo, puede
movernos de esta inmovilidad
de sangre y piedra.

Aquí estaremos hasta el final,
cuando la tierra avance,
cuando el musgo cubra
con paciencia
la boca
la flor,
las tristes memorias.


Gary Vila Ortíz, Rosario, Argentina, 1935
imagen: s/d




miércoles, 11 de enero de 2012

Leah Goldberg





Los años embellecieron mi rostro
Con recuerdo de amores
Y colgaron en mi cabeza frágiles hilos de plata
Hasta que fui muy bella.

En mis ojos se reflejan
Los paisajes.
Y los caminos que pasé
Allanaron mis pasos
Cansados y hermosos.

Si me vieras ahora
No reconocerías tu ayer-
Voy hacia mí
En los rostros que buscaste en vano
Cuando yo iba hacia ti.


Leah Goldberg, Könisberg, 1911 – Jerusalem, 1970
Traducción de María Pérez Valverde
imagen: commons.wikimedia.org





Estoy en medio del desierto
y ni siquiera tengo una estrella
El viento no me habla
y la arena no guarda mis huellas.

.............................................................

Grité, Contéstame.
No me contestó.
Llamé a la puerta. Äbreme.
No me abrió.

Afuera, la noche ardiente y ciega.
Fui a llamar a otra puerta.


Grité, Contéstame.
No me contestó.
Llamé a la puerta. Äbreme.
No me abrió.

Afuera, la noche ardiente y ciega.
Fui a llamar a otra puerta.

Susurré, Contèstame.
No me contestó.
Supliqué. Abreme.
No abrió.

Por la mañana el rocío cubría la muralla
y así me encontraron sus guardianes.

.................................................................

Tres días su recuerdo no se movió de mí.
Al cuarto, rebané el pan.
Al cuarto, abrí la aurora.
Al cuarto, vi el mar.

Al cuarto supe que el mar
es hermoso y azul su grandeza.
Y con la brisa salada,
el aroma del mar no probó mis lágrimas.


Leah Goldberg, Könisberg, 1911 – Jerusalem, 1970
sin mención del traductor

lunes, 9 de enero de 2012

Salvatore Quasimodo




Hombre de mi tiempo

Aún eres aquel de la piedra y la honda,
hombre de mi tiempo. Estabas en la cabina
con las alas malignas, los meridianos de muerte,
te he visto — dentro del carro de fuego, en las horcas,
en las ruedas de tortura. Te he visto: eras tú,
con tu ciencia exacta incitada al exterminio,
sin amor, sin Cristo. Has vuelto a matar,
como siempre, como mataron tus padres, como mataron
los animales que te vieron por primera vez.
Y esta sangre huele como en el día
en que el hermano le dijo al otro hermano:
“Vamos al campo”. Y aquel eco frío, tenaz,
llega hasta ti, entra en tu jornada.
Olvidad, oh hijos, las nubes de sangre
surgidas de la tierra, olvidad a los padres:
sus tumbas se hunden en las cenizas,
las aves negras, el viento, cubren sus corazones.


Salvatore Quasimodo, Italia, 1901-1968
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Basílica de Sant'Ambrogio, Milán, 1943. 
[Public domain photo]


Uomo del mio tempo

Sei ancora quello della pietra e della fionda,
uomo del mio tempo. Eri nella carlinga,
con le ali maligne, le meridiane di morte,
t’ho visto – dentro il carro di fuoco, alle forche,
alle ruote di tortura. T’ho visto: eri tu,
con la tua scienza esatta persuasa allo sterminio,
senza amore, senza Cristo. Hai ucciso ancora,
come sempre, come uccisero i padri, come uccisero
gli animali che ti videro per la prima volta.
E questo sangue odora come nel giorno
Quando il fratello disse all’altro fratello:
«Andiamo ai campi». E quell’eco fredda, tenace,
è giunta fino a te, dentro la tua giornata.
Dimenticate, o figli, le nuvole di sangue
Salite dalla terra, dimenticate i padri:
le loro tombe affondano nella cenere,
gli uccelli neri, il vento, coprono il loro cuore.


sábado, 7 de enero de 2012

Claudio Piermarini




                                      
                                                        para un turro que conozco

El vendrá,
siempre,
como la noche.
Con sus largos dedos blancos
de frío papel glasé,
su sonrisa narcicista
y su carnet del diablo.
El vendrá sin duda.
Vos sos su droga.



No hay pastillas
contra el fantasma de una mujer,
que vuelve cada noche como una loba
a arrancarte jirones de su piel
tatuada en tus entrañas.

Claudio Piermarini, Buenos Aires, 1956
reside actualmente en Tucumán
imagen: s/d


jueves, 5 de enero de 2012

Hans Magnus Enzensberger // de "El hundimiento del Titanic"





Hay alguien que escucha muy cerca de aquí,
espera, retiene el aliento.
Dice: Es mi voz la que habla.

Nunca más, dice él,
va a estar todo tan tranquilo,
tan seco y cálido como ahora.

Se escucha a sí mismo
en su cabeza burbujeante.
Dice: No hay nadie más

aquí. Esta tiene que ser mi voz.
Espero, retengo el aliento,
escucho. El rumor distante

en mis oídos, antena
de carnes suaves, no significa nada.
Es tan sólo el latido

de la sangre en las venas.
He esperado mucho tiempo
con el aliento retenido.

Rumor blanco en los auriculares
de mi máquina del tiempo.
Sordo zumbido cósmico.

Ni un sonido, ninguna llamada de auxilio.
La radio permanece muda.
O éste es el fin,

me digo, o es que
ni siquiera hemos comenzado.
¡Aquí, sí! ¡Ahora!

Se oye un rasguido, un crujir, algo
que se desgarra. Aquí está. Una uña helada
que araña la puerta y se queda quieta.

Algo cruje.
Un lienzo largo e interminable,
una inmaculada tela blanca

que se desgarra, lentamente al principio
y luego más y más de prisa,
se rasga en dos pedazos con un silbido.

Esto es el principio.
¡Escuchad! ¿No lo oís?
¡Agarraos bien!

Y regresa el silencio.
Sólo se oye un sutil tintineo
en los aparadores,

el temblor del cristal,
más y más tenue
hasta desaparecer.

¿Quieres decir que
eso fue todo?
Sí. Todo pasó.

Eso fue sólo el principio.
El principio del fin
es siempre discreto.

A bordo son ahora
las once cuarenta. Hay una grieta
de doscientos metros

en el casco de acero,
bajo la línea de flotación,
abierta por un cuchillo gigantesco.

El agua corre
hacia las escotillas.
Emergiendo treinta metros,

el iceberg pasa silencioso,
se desliza junto al barco resplandeciente,
y se pierde en la oscuridad.



El iceberg avanza hacia nosotros
inexorablemente.
Vedlo cómo se suelta
del frente del glaciar,
de los pies del glaciar.
Sí, es blanco,
se mueve,
sí, es más grande
que todo cuanto avanza
en el mar,
en el aire
o la tierra.

Sueños mortales
que una larga caravana
de icebergs atraviesa.
«A doscientos cincuenta pies de altura
sobre el nivel del mar,
destellan sus colores
que son maravillosos
y totalmente diáfanos.»
«Como si fuese un sol
multiplicado
sobre las celosías de cientos de palacios.»

Mejor es no pensar en lo que pesa
un iceberg.
Cuantos lo han visto
no olvidarán jamás tal espectáculo
aunque vivan cien años.
«Ese espectáculo aguza la imaginación
pero llena el corazón
de un sentimiento de involuntario horror.»

El iceberg carece de futuro.
Flota a la deriva.
No podemos hacer uso de él.
Existe, sin duda.
No tiene valor.
La confortabilidad
no es su fuerte.
Es mayor que nosotros.
Siempre y únicamente
vemos su cima.

Es efímero.
No se preocupa.
Nunca progresa,
pero «cuando, parecido
a una inmensa mesa
de mármol blanco,
veteado de azules,
se mueve de improviso y quiebra lo profundo,
todo el mar se estremece.»

En nada nos concierne,
sigue su ruta monocorde,
no necesita nada,
no se reproduce,
y se derrite.
No deja huellas.
Se disipa perfectamente.
Sí, esa es la palabra:
perfectamente.



Tomad lo que os han quitado,
tomad a la fuerza lo que siempre ha sido vuestro,
gritó, congelándose en su ajustada chaqueta,
su pelo ondeando bajo el pescante,
soy uno de vosotros, gritó,
¿qué esperáis? Este es el momento,
echad abajo las barandas,
tirad a esos degenerados por la borda
con todos sus baúles, perros, lacayos,
mujeres, y hasta niños,
usad la fuerza bruta, los cuchillos, las manos.
Y les mostró el cuchillo,
y les mostró las manos desnudas.

Pero los pasajeros del entrepuente,
emigrantes, todos a oscuras,
se quitaron las gorras
y lo escucharon en silencio.

¿Cuándo tomaréis la venganza,
si no ahora? ¿O es que no podéis
soportar ver sangre?
¿Y la sangre de vuestros hijos?
¿Y la vuestra? Y se arañó la cara,
y se cortó las manos,
y les mostró la sangre.

Pero los pasajeros de entrepuente
lo escuchaban inmóviles.
No porque él no hablara lituano
(no lo hablaba), ni porque estuvieran ebrios
(hacía tiempo que habían vaciado
sus anticuadas botellas
envueltas en toscos pañuelos),
ni porque estuvieran hambrientos
(aunque estaban hambrientos):

Era otra cosa. Algo
difícil de explicar.
Entendían bien
lo que él decía, pero no lo
entendían a él. Sus frases
no eran las frases de ellos. Golpeados
por otros miedos y otras esperanzas,
aguardaban allí pacientemente
con sus bolsos, sus rosarios,
sus raquíticos hijos, recostados
en las barandas, dejaron
pasar a otros, prestándole atención
respetuosamente,
y esperaron hasta que se ahogaron.


H. Magnus Enzensberger, Alemania, 1929
de El hundimiento del Titanic [der Untergang der Titanic]
traducción de Heberto Padilla con la colaboración de
Hans Magnus Enzensberger y Michael Faber–Kaiser
imagen: de Wreck and Sinking of the Titanic, editado por Marshall Everett (1912).

[Public domain image]

El Editor recomienda la versión completa de El hundimiento del Titanic, en http://www.bsolot.info/wp-content/uploads/2011/02/Enzensberger_Hans_Magnus-El_hundimiento_del_Titanic.pdf



martes, 3 de enero de 2012

Giacomo Leopardi





Siempre amé esta colina yerma
y este seto que gran parte
del último horizonte oculta de la vista.
Pero, sentado y mirando, inmensos
espacios al otro lado de él, y silencios
sobrehumanos, y una hondísima calma
imagina mi fantasía; entonces mi corazón
por poco se estremece. Y al oír el viento
susurrar entre las plantas,
ese infinito silencio con esta voz
comparo: y me viene a la mente lo eterno,
y las estaciones muertas, y la presente
y viva, y sus sonidos. Así, en esta
inmensidad se ahoga mi pensamiento:
y el naufragio me es dulce en este mar.


Giacomo Leopardi, Italia, 1798-1837
Versión © Gerardo Gambolini
imagen:  Leopardi, óleo de A. Ferrazzi (1820)
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L’infinito 


Sempre caro mi fu quest’ermo colle
E questa siepe, che da tanta parte
Dell’ultimo orizzonte il guardo esclude.
Ma sedento e mirando, interminati
Spazi di là da quella, e sovrumani
Silenzi, e profondissima quiette
Io nel pensier mi fingo; ove per poco
Il cor non si spaura. E come il vento
Odo stormir tra queste piante, io quello
Infinito silenzio a questa voce
Vo comparando: e mi sovvien l’eterno,
E le morte stagioni, e la presente
E viva, e il suon di lei. Cosí tra questa
Inmensità s’annega il pensier mio:
E il naufragar m’è dolce in questo mare.