jueves, 30 de agosto de 2012

César Vallejo







Considerando en frío, imparcialmente,
que el hombre es triste, tose y, sin embargo,
se complace en su pecho colorado; que lo único que hace es componerse
de días;
que es lóbrego mamífero y se peina...

Considerando
que el hombre procede suavemente del trabajo
y repercute jefe, suena subordinado;
que el diagrama del tiempo
es constante diorama en sus medallas
y, a medio abrir, sus ojos estudiaron,
desde lejanos tiempos,
su fórmula famélica de masa...

Comprendiendo sin esfuerzo
que el hombre se queda, a veces, pensando,
como queriendo llorar,
y, sujeto a tenderse como objeto,
se hace buen carpintero, suda, mata
y luego canta, almuerza, se abotona...

Considerando también
que el hombre es en verdad un animal
y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza...

Examinando, en fin,
sus encontradas piezas, su retrete,
su desesperación, al terminar su día atroz,
borrándolo...

Comprendiendo
que él sabe que le quiero,
que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente...

Considerando sus documentos generales
y mirando con lentes aquel certificado
que prueba que nació muy pequeñito...
le hago una seña,
viene,
y le doy un abrazo, emocionado.
¡Qué más da! Emocionado... Emocionado...


César Vallejo, Santiago de Chuco, Perú, 1892 – París, 1938
imagen: Vallejo en París, caricatura de Armando Maribona


sábado, 25 de agosto de 2012

Harry Clifton






La primera luz se desliza
en silencio
por los techos de chapa, te revela
a ti durmiendo, a mí de pie

junto a la puerta abierta,
anónimo como ayer cuando cumplí 
lo que esperabas al alojarme, 
viendo si tengo todo,

mientras tú guardas
el lenguaje de la noche en un lugar oscuro,
en un sueño rítmico
que impregna desde adentro

tu rostro misterioso.
Y no voy a interrumpirte
en tu descanso, ni a confesar quién era
despidiéndome de ti,

sino a bajar
los cinco pisos vertiginosos
desde el alto silencio de tu cuarto
hasta las puertas ruidosas

que dan al patio y el sol
y al ojo fotográfico
de un conserje, presentándome
con un adiós.


Harry Clifton, Dublín, Irlanda, 1952
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Desierto de Atacama, foto de Gustavo Muñoz Clos
[Creative Commons license]


Morning

First light steals
Across the metal roofs
In silence, reveals
You sleeping, me standing aloof

At the open door,
Anonymous as when I gave
What you sheltered me for
Last night, assuring myself I have

Everything, while you keep
Night’s language in a dark place,
In a rhythmic sleep
Suffusing your mystery face

From the inside.
Nor will I break
That sleep in you, confide
Who I was in the act of taking

Leave of you, but drop
Down five vertiginous floors
From the high silence
Of your room, to where the clanging doors

Give onto sun and courtyard
And the photografic eye
Of a caretaker, introducing myself
With goodbye.



Los que llegaban ahí
por sueño o por defecto
se veían de pronto en un desierto
de sal encostrada.

Lo llamaban Atacama.
Iban a trabajar. Al otro lado
de los Andes, la lluvia y el trueno robado
del coronel Fawcett. La mirada impasible,

se aclaraban la voz continuamente
a este lado de la empresa puritana,
distantes, despojados de emoción,
cuando trataban de hablar.

Mi padre comenzó a desmoronarse
a las tres semanas.
Los cócteles de pisco, y las indias,
amigables, con bombines,

mascando coca, tomando mate,
respirando el aire más puro
que soñó la astronomía, que ansió la religión,
la pureza de la desesperanza.

Mi madre, una joven tan hermosa
en un sitio tan desagradable,
mantenía vigilancia de la llanura costera,
escuchaba cada noche los trenes de carga

adentrarse en Antofagasta,
el interior soñado, hacia el clima
de Chuquicamata. Pronto, finalmente,
se unirían,

el púrpura persiguiendo al amarillo
en el suelo...
Lo llamaban la sombra de lluvia,
llevada al norte

de luna de miel, rodeando el Cabo de Hornos,
por ciudades de tango, puertos africanos,
un pasado vivo en un futuro atormentado, 
mucho antes de que yo naciera —

Una puerta que golpea con el viento,
un abatimiento ante el ruido de los trenes,
un sollozo estremecedor junto a la pila de la cocina,
en la tierra de la lluvia infinita.


Harry Clifton, Dublín, Irlanda, 1952
Versión © Gerardo Gambolini


The Rain Shadow

All who got there
By dreaming or default,
Found themselves in a desert
Of crusted salt.

They called it Atacama,
Went to work. Across the divide
Of the Andes, Colonel Fawcett’s rain
And stolen thunder. Dry-eyed,

Tearless, trying to speak,
Endlessly they cleared their throats
On this side of the puritan trek,
Emotionless, remote.

Father began to crack
In three weeks flat.
Pisco sours, and Indian women,
Friendly, bowler-hatted,

Chewing coca, drinking mate,
Breathing the clearest air
Astronomy dreamed, religion craved,
The purity of despair.

Mother, a girl so nice
In so nasty place,
Kept vigil on the coastal plain,
Heard the tinkle of ingot trains

Nightly, into Antofagasta,
Dreamt up-country, to the weather
Of Chuqui Camata. Soon, at last,
They would come together,

Purple chasing yellow
Across the earth...
They called it the rain shadow,
Brought it north

On honeymoon, around Cape Horn,
Through tango cities, African ports,
A past alive in a haunted future
Long before I was born —

A door banging in the wind,
A breakdown at the sound of trains,
A shuddering sob at the kitchen sink,
In the land of infinite rain.



Vengo de gitanos, por parte de madre.
Había mañanas, en mi infancia,
en que una extraña salía de la noche
para sentarse a la mesa. Mi padre
fumaba sin hablar. Mi madre, en una lengua
que no era de este mundo, lloraba y sermoneaba.
La visita simplemente se quedaba en su lugar,
escuchando. Una joven, glamorosa
al estilo de hace medio siglo, su perfume
una caja de resonancia para los sentidos,
ahora, al momento de escribir...
                                                Apenas despierto a la hora
de las palabras agrias, las ilusiones estropeadas,
yo tomaba la leche de los orígenes como un dios-niño —
Los hoteles perdidos, la larga cadena prenatal
de vagabundeos... Y esa, nuestra mentira familiar
eclipsada por la luz eléctrica y pasmosas claridades,
estalló. Gritos, recriminaciones,
“Ve adentro, te llamaremos...” A través de una pared
que nadie cruzó en veinte años
escuché llegar el taxi. Ella vino adentro
y me abrazó. “Aquí nadie me entiende —
sólo tú, amorcito...
                              Pasarían los años,
yo me escaparía. La lengua materna estaba ahí afuera
en alguna parte. Para entonces, ella estaba levantando campamento 
o echando raíces nuevas, en otro lugar,
con un absoluto extraño, que me instruiría en el juego,
los caballos, las sagas familiares
continuamente ampliadas, en ninguna parte escritas.


Harry Clifton, Dublín, Irlanda, 1952
Versión © Gerardo Gambolini


Mother Tongue

I came from gypsies, on my mother’s side.
There would be dawns, in childhood,
When somebody strange came out of the night
To sit at table. Father smoked,
Said nothing. Mother, in a language
Not of this this world, wept and harangued.
And the visitor just sat there
Listening. A little woman, glamorous
In the manner of half century back,
Her perfume like a sounding-board for the senses
Now, at the time of writing...
                                               Barely awake
At the hour of stripped illusions, bitter words,
I drank the milk of origins like a godchild —
Lost hotels, the long pre-natal chain
Of wanderings... And this, our household lie
Eclipsed by electric light and shattering clarities,
Broken into. Shouts, recriminations,
Go inside, we’ll call you... Through a wall
No-one breached for twenty years
I heard the taxi called. She came inside
And held me to her. No-one here understands me —
You alone, amorcito...
                                   Years would pass,
I would run away. It was out there somewhere,
The mother-tongue. By now, she was striking camp
Or putting down new roots, in another town,
With an absolute stranger, who would educate me
In gambling, horses, family sagas
Endlessly added to, nowhere written down.


lunes, 20 de agosto de 2012

Pablo Neruda




Sólo la muerte

Hay cementerios solos,
tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón pasando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro,
como un naufragio hacia adentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo desde la piel al alma.

Hay cadáveres,
hay pies de pegajosa losa fría,
hay la muerte en los huesos,
como un sonido puro,
como un ladrido sin perro,
saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,
creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia.

Yo veo, solo, a veces,
ataúdes a vela
zarpar con difuntos pálidos, con mujeres de trenzas muertas,
con panaderos blancos como ángeles,
con niñas pensativas casadas con notarios,
ataúdes subiendo el río vertical de los muertos,
el río morado,
hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte,
hinchadas por el sonido silencioso de la muerte.

A lo sonoro llega la muerte
como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.
Sin embargo sus pasos suenan
y su vestido suena, callado, como un árbol.

Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo,
pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas,
de violetas acostumbradas a la tierra
porque la cara de la muerte es verde,
y la mirada de la muerte es verde,
con la aguda humedad de una hoja de violeta
y su grave color de invierno exasperado.

Pero la muerte va también por el mundo vestida de escoba,
lame el suelo buscando difuntos,
la muerte está en la escoba,
es la lengua de la muerte buscando muertos,
es la aguja de la muerte buscando hilo.
La muerte está en los catres:
en los colchones lentos, en las frazadas negras
vive tendida, y de repente sopla:
sopla un sonido oscuro que hincha sábanas,
y hay camas navegando a un puerto
en donde está esperando, vestida de almirante.


Pablo Neruda, Chile, 1904-1973 
imagen: Daniel Rabel, Première entrée des fantômes


miércoles, 15 de agosto de 2012

Leonardo Sciascia






Los muertos se van, en el coche negro
incrustado de fúnebre oro, al ritmo lento
de los caballos, y muchas veces
la banda suena por ellos.
A su paso, las mujeres se apresuran
a cerrar las ventanas de la casa,
se cierran los negocios: apenas una hendija
para ver el dolor de los parientes,
el número de amigos que acompañan,
la clase del coche, las coronas.
Así se van los muertos, en mi tierra;
ventanas y puertas cerradas, para implorarles
que pasen de largo, que ignoren
a las mujeres ocupadas en las casas,
al tendero que pesa y roba,
al niño que juega y odia,
a los ojos vivos que se agitan
detrás del engaño de las puertas cerradas.


Leonardo Sciascia, 1921-1989, Sicilia, Italia
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


I morti

I morti vanno, dentro il nero carro
incrostato di funebre oro, col passo
lento dei cavalli: e spesso
per loro suona la banda.
Al passaggio, le donne si precipitano
a chiudere le finestre di casa,
le botteghe si chiudono: appena uno spiraglio
per guardare al dolore dei parenti,
al numero di amici che è dietro,
alla classe del carro, alle corone.
Così vanno via i morti, al mio paese;
finestre e porte chiuse, ad implorarli
di passar oltre, di dimenticare
le donne affaccendate nelle case,
il bottegaio che pesa e ruba,
il bambino che gioca e odia,
gli occhi vivi che brulicano
dietro l’inganno delle porte chiuse.



La noche cae ciega sobre las casas.
En ella queda de nuestra vida
un calco atroz: el último rostro nuestro
en la última noche del mundo.


Leonardo Sciascia, 1921-1989, Sicilia, Italia
Versión © Gerardo Gambolini


La notte

La notte frana cieca sulle case.
In lei resta della nostra vita
un calco atroce: l’ultimo nostro volto
nell’ultima notte del mondo.



sábado, 11 de agosto de 2012

Jorge Luis Borges




El juego

No se miraban. En la penumbra compartida los dos estaban
serios y silenciosos.
Él le había tomado la mano izquierda y le quitaba y le ponía
el anillo de plata y el anillo de oro con piedras duras.
Ella tendía alternativamente las manos.
Esto duró algún tiempo. Fueron entrelazando los dedos y
juntando las palmas.
Procedían con lenta delicadeza, como si temieran equivocarse.
No sabían que era necesario aquel juego para que determinada
cosa ocurriera, en el porvenir, en determinada región.


Jorge Luis Borges, Buenos Aires, 1899- Ginebra, 1986
imagen: Veda Venerabilis



Jactancia de quietud

Escrituras de luz embisten la sombra, más prodigiosas que
     meteoros.
La alta ciudad inconocible arrecia sobre el campo.
Seguro de mi vida y de mi muerte, miro los ambiciosos
     y quisiera entenderlos.
Su día es ávido como el lazo en el aire.
Su noche es tregua de la ira en el hierro, pronto en acometer.
Hablan de humanidad.
Mi humanidad está en sentir que somos voces de una misma
     penuria.
Hablan de patria.
Mi patria es un latido de guitarra, unos retratos y una vieja
     espada,
la oración evidente del sauzal en los atardeceres.
El tiempo está viviéndome.
Más silencioso que mi sombra, cruzo el tropel de su levantada
     codicia.
Ellos son imprescindibles, únicos, merecedores del mañana.
Mi nombre es alguien y cualquiera.
Paso con lentitud, como quien viene de tan lejos que no espera
     llegar.


Jorge Luis Borges, Buenos Aires, 1899- Ginebra, 1986


Things that might have been

Pienso en las cosas que pudieron ser y no fueron.
El tratado de mitología sajona que Beda no escribió.
La obra inconcebible que a Dante le fue dado acaso entrever,
ya corregido el último verso de la Comedia.
La historia sin la tarde de la Cruz y la tarde de la cicuta.
La historia sin el rostro de Helena.
El hombre sin los ojos, que nos han deparado la luna.
En las tres jornadas de Gettysburg la victoria del Sur.
El amor que no compartimos.
El dilatado imperio que los Vikingos no quisieron fundar.
El orbe sin la rueda o sin la rosa.
El juicio de John Donne sobre Shakespeare.
El otro cuerno del Unicornio.
El ave fabulosa de Irlanda, que está en dos lugares a un tiempo.
El hijo que no tuve.


Jorge Luis Borges, Buenos Aires, 1899- Ginebra, 1986


martes, 7 de agosto de 2012

Pan y chocolate





Pan y chocolate

“... gold has been our bane”
—Robert Burns 

“... la nostra generazione ha fatto veramente schifo...”
— de  C’eravamo tanto amati 


Airada Popea,
rendidos estamos ante ti —
admirable es el poder que ponemos
a tus pies

Urbana Popea,
no jodas más — tus caballeros de Troyes
no mueren ni peregrinan, tus arquitectos no dan abasto —
ya no nos rebajes,
no disimules
el talismán del botín.

Qué guardarán las estrellas
para tu carne, Incitata,
qué guardarán para la carne
entregada por nosotros
con la sonrisa consciente, inconsciente,
radiante, argentina


Gerardo Gambolini, Buenos Aires, Argentina, 1955


sábado, 4 de agosto de 2012

Ronald Stuart Thomas




Un campesino

Iago Prytherch su nombre, aunque, admitámoslo,
sólo un hombre común de las desnudas colinas galesas
que encierra unas pocas ovejas en un claro de nubes.
Cortando remolacha forrajera, quitando la piel verde
de los huesos amarillos con una tonta sonrisa
de satisfacción, o removiendo la tierra tosca
hasta hacer un rígido mar de terrones
que brillan bajo el viento —
Así pasa sus días, su babosa alegría
más infrecuente que el sol que curte las mejillas
de un cielo demacrado quizás una vez por semana.
Y luego, a la noche, vedlo clavado en su silla
sin moverse, salvo cuando se inclina a escupir en el fuego.
Hay algo aterrador en el vacío de su mente.
Su ropa, rancia por años de sudor
y contacto animal, ofende el refinado,
pero afectado, sentido común con su cruda naturalidad.
Pero este, sin embargo, es vuestro arquetipo, alguien que
/  estación tras estación,
contra el asedio de la lluvia y el desgaste del viento
preserva su ganado, una fortaleza inexpugnable
que no será asaltada, ni aun en la confusión de la muerte.
Recordadlo, entonces, porque él también es un ganador de guerras,
que resiste como un árbol bajo las estrellas curiosas.


R. S. Thomas, tal el nombre bajo el que publicó, fue además sacerdote anglicano.
Muchos de sus poemas están dedicados o referidos a “Prytherch”, personaje ficticio que encarna al típico granjero galés de las colinas. “Un campesino”, escrito en 1942, fue el primer poema sobre Iago Prytherch, que continuó sirviéndole de modelo poético durante aproximadamente dos décadas. En 1996, a los 83 años, Thomas fue nominado para el Nobel de Literatura, otorgado finalmente a Seamus Heaney, quien elogió posteriormente a Thomas en un homenaje efectuado en la Abadía de Westminster.


A Peasant

Iago Prytherch his name, though, be it allowed,
Just an ordinary man of the bald Welsh hills,
Who pens a few sheep in a gap of cloud.
Docking mangels, chipping the green skin
From the yellow bones with a half-witted grin
Of satisfaction, or churning the crude earth
To a stiff sea of clods that glint in the wind—
So are his days spent, his spittled mirth
Rarer than the sun that cracks the cheeks
Of the gaunt sky perhaps once in a week.
And then at night see him fixed in his chair
Motionless, except when he leans to gob in the fire.
There is something frightening in the vacancy of his mind.
His clothes, sour with years of sweat
And animal contact, shock the refined,
But affected, sense with their stark naturalness.
Yet this is your prototype, who, season by season
Against siege of rain and the wind’s attrition,
Preserves his stock, an impregnable fortress
Not to be stormed, even in death’s confusion.
Remember him, then, for he, too, is a winner of wars,
Enduring like a tree under the curious stars.




No siempre será así,
el aire sin viento, unas últimas hojas
añadiendo su decoración
a los hombros de los árboles, trenzando de dorado
los puños de las ramas; un ave acicalándose

en el espejo del prado. Luego de alzar la vista
de las tareas del día, deténte un instante,
deja que la mente tome su fotografía
de la escena radiante, algo que usar
sobre el corazón, con el extenso frío.


A day in autumn

It will not always be like this,
The air windless, a few last
Leaves adding their decoration
To the trees’ shoulders, braiding the cuffs
Of the boughs with gold; a bird preening

In the lawn’s mirror. Having looked up
From the day’s chores, pause a minute,
Let the mind take its photograph
Of the bright scene, something to wear
Against the heart in the long cold.




Queridos padres,
les perdono mi vida
engendrada en un pueblo deprimente,
la intención fue buena;
aún veo los restos de sol
ahora al atravesar la calle.

No fue el hueso deforme;
me dieron alimento suficiente
para restablecerme.
Fue el peso de la mente
lo que me que mantuvo encorvado
mientras crecía.

No fue su culpa.
Lo que debió avanzar,
una flecha lanzada de un arco intentado
a un blanco intentado, ha vuelto,
hiriéndose a sí mismo
con preguntas que ustedes no habían hecho.


Sorry 

Dear parents,
I forgive you my life,
Begotten in a drab town,
The intention was good;
Passing the street now,
I see still the remains of sunlight.

It was not the bone buckled;
You gave me enough food
To renew myself.
It was the mind’s weight
Kept me bent, as I grew tall.

It was not your fault.
What should have gone on,
Arrow aimed from a tried bow
At a tried target, has turned back,
Wounding itself
With questions you had not asked.




Tan hermosa — Dios mismo tembló
al verla acercarse: el largo cuerpo curvado
como el horizonte. ¿Por qué la había hecho
así? ¿Cómo sería, dijo ella
inclinándose hacia él, si en vez de
disputárnoslo, lo dividiéramos
entre nosotros? Tú podrías tener todo el honor
de su invención, si me dejaras ordenarlo
a mí. Él la miró a los ojos
y vio en lo profundo los huesos
de las generaciones que navegarían
guiados por esas dos grandes estrellas, pero
la atracción de aquello era muy grande. Sí, pensó,
dame el tributo de sus mentes, y lo que hagan con su cuerpo
no me interesa. Se llevó la mano al costado
y sacó la espina que haría fluir
la sangre ordenada, y la tocó
con ella. Ve, le dijo. Irán a ti eternamente
con su deseo, y tú a cambio sangrarás por ellos.


The Woman

So beautiful — God himself quailed
at her approach: the long body curved
like the horizon. Why
had he made
her so? How would it be, she said,
leaning towards him, if instead of
quarreling over it, we divided it
between us? You can have all the credit
for its invention, if you will leave the ordering
of it to me. He looked into her
eyes and saw far down the bones
of the generations that would navigate
by those great stars, but the pull of it
was too much. Yes, he thought, give me their minds’
tribute, and what they do with their bodies
is not my concern. He put his hand in his side
and drew out the thorn for the letting
of the ordained blood and touched her with
it. Go, he said. They shall come to you for ever
with their desire, and you shall bleed for them in return.




A menudo trato
de analizar la cualidad
de su silencio. ¿Es allí donde Dios se esconde
de mi búsqueda? Cuando la poca gente se va,
me quedo a escuchar el aire calmándose otra vez
para la vigilia. Así ha esperado
desde que las piedras se agruparon alrededor de él.
Ellas son las duras costillas
de un cuerpo que nuestros rezos
no lograron animar. Las sombras avanzan
desde sus rincones para tomar posesión
de lugares ocupados por la luz
durante una hora. Los murciélagos reanudan
sus tareas. La inquietud de los bancos
cesa. No hay otro sonido en la oscuridad
que el sonido de un hombre
respirando, poniendo a prueba su fe
en el vacío, clavando sus preguntas
una por una en una cruz deshabitada.


In Church

Often I try
To analyse the quality
Of its silences.
Is this where God hides
From my searching? I have stopped to listen,
After the few people have gone,
To the air recomposing itself
For vigil. It has waited like this
Since the stones grouped themselves about it.
These are the hard ribs
Of a body that our prayers have failed
To animate. Shadows advance
From their corners to take possession
Of places the light held
For an hour. The bats resume
Their business. The uneasiness of the pews
Ceases. There is no other sound
In the darkness but the sound of a man
Breathing, testing his faith
On emptiness, nailing his questions
One by one to an untenanted cross.


Ronald Stuart Thomas, Cardiff, Gales, 1913-2000
imagen:
http://crewswansea.blogspot.com.ar/
Versiones de Gerardo Gambolini


jueves, 2 de agosto de 2012

Louis Untermeyer





Las once en punto, y cae el telón.
El viento frío desgarra las hebras de la ilusión;
la música delicada se pierde
con el barullo de la gente que vuelva a casa
y un diario de medianoche.

La noche se ha vuelto marcial;
nos enfrenta con golpes y desgracia.
Las mismas estrellas se han vuelto metralla,
fijas en mudas explosiones.
Y aquí en nuestra puerta
la luz de la luna se extiende
como una espada desenvainada.


Louis Untermeyer, Estados Unidos, 1885-1977
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


End of the Comedy

Eleven o’clock, and the curtain falls.
The cold wind tears the strands of illusion;
The delicate music is lost
In the blare of home-going crowds
And a midnight paper.

The night has grown martial;
It meets us with blows and disaster.
Even the stars have turned shrapnel,
Fixed in silent explosions.
And here at our door
The moonlight is laid 
Like a drawn sword.