lunes, 22 de abril de 2013

Robert Frost






Cuando el viento nos ataca en la oscuridad
y bombardea con nieve
la ventana que da al este en el cuarto de abajo,
y susurra, el monstruo, con un sordo ladrido,
“¡Sal! ¡Sal!”,
no es ninguna lucha interna no salir,
¡oh, no lo es!
Cuento nuestras fuerzas,
dos y un niño,
aquellos de nosotros no dormidos, limitados a ver
cómo entra el frío cuando el fuego se apaga finalmente,
cómo se va acumulando la nieve,
el jardín y el camino indistinguibles,
hasta que incluso el granero consolador
se agranda a la distancia
y mi corazón tiene una duda:
si está en nosotros levantarnos con el día
y salvarnos sin ayuda.




Hay un mancha de nieve vieja en una esquina
que, debí adivinarlo,
era un diario arrastrado por el viento
que la lluvia había puesto a descansar.

Está salpicada de barro como si
letra de imprenta la cubriera,
las noticias de un día que he olvidado —
si alguna vez las leí.


Robert Frost, Estados Unidos, 1874- 1963
Versión © Gerardo Gambolini
[Public domain image]


Storm Fear

When the wind works against us in the dark, / And pelts with snow / The lowest chamber window on the east, / And whispers with a sort of stifled bark, / The beast, / ‘Come out! Come out!’ / It costs no inward struggle not to go, / Ah, no! / I count our strength, / Two and a child, / Those of us not asleep subdued to mark / How the cold creeps as the fire dies at length, / How drifts are piled, / Dooryard and road ungraded, / Till even the comforting barn grows far away / And my heart owns a doubt / Whether ‘tis in us to arise with day / And save ourselves unaided. 


A Patch of Old Snow

There’s a patch of old snow in a corner / That I should have guessed / Was a blow-away paper the rain / Had brought to rest. // It is speckled with grime as if / Small print overspread it, / The news of a day I’ve forgotten — / If I ever read it. 



domingo, 14 de abril de 2013

Nazim Hikmet






Nací en 1902.
A mi cuidad natal nunca volví
porque no soy afecto a los regresos.
A la edad de los tres años, en Alepo, 
mi profesión fue nieto de pachá.
A los 19 años, estudiante 
en la Universidad comunista de Moscú.
A los 49 años, en Moscú, invitado del Comité Central.
Y, desde los catorce años, mi oficio es de poeta. 

Hay gentes que conocen las distintas variedades de los peces; 
yo, de las separaciones.
Hay quien sabe los nombres de todas las estrellas, de memoria;
yo, los de las nostalgias.

Viví en inquilinatos, en cárceles y en hoteles de lujo.
He conocido el hambre, también la huelga de hambre,
y no hay comida cuyo sabor ignore.
Cuando tenía treinta años, decidieron detenerme;
a los 49, decidieron darme el Premio Mundial de la Paz,
y me lo dieron.
Teniendo 36, recorrí cuatro metros cuadrados de hormigón 
en seis meses.
A los 59, volé en 18 horas desde Praga a La Habana.
A Lenin no lo vi, pero en 1924
monté guardia junto a su catafalco.
En 1961, el mausoleo que visito son sus libros.

Se ha hecho mucho por apartarme de mi Partido:
eso nunca funcionó
ni me aplastaron ídolos que caen.
    
En 1951, con otro camarada, fui por mar hacia la muerte.
En 1952, fisura al corazón: tendido de espaldas,
esperé a la muerte cuatro meses.

Llegué estar loco de celos por mujeres que amé.
Yo no le tengo un ápice de envidia ni a Charlot *.
Engañé a mis mujeres,
pero nunca hablé mal a espaldas de un amigo.
He bebido sin volverme un borracho.
Felizmente, siempre gané mi pan con el sudor de mi frente.
Si alguna vez mentí, fue sintiendo vergüenza por el prójimo.
He mentido por no apenar a otro.
Y también he mentido sin razón.

Viajé en tren, en avión y en automóvil,
lo que no puede hacer la inmensa mayoría de la gente.
He asistido a la Ópera, 
donde no puede ir la mayoría de la gente, 
que hasta ignora ese nombre. 
Pero allí a donde va la mayoría de la gente
no he vuelto a ir desde 1921;
mezquita, iglesia, sinagoga, templo, casa del adivino.
Aunque a veces leo la borra del café.

Me publican como en 40 idiomas,
pero en Turquía estoy prohibido
en mi propio idioma.

No he tenido cáncer, hasta ahora,
ni es forzoso que lo tenga,
y no seré primer ministro o algo así,
ni siento la menor inclinación
por ese tipo de ocupaciones.

No he peleado en la guerra,
no he bajado de noche a los refugios
ni anduve los caminos del éxodo
bajo aviones que vuelan a ras del suelo.
Y, casi sesentón, me siento enamorado.

En suma, camarada:
este día, en Berlín, muriendo de nostalgia
como un perro,
no puedo decir que viví como un hombre,
pero lo que me queda por vivir
y lo que pueda sucederme,
          ¿chi lo sa?


* El personaje creado por Chaplin.


Nazim Hikmet, Salónica, Imperio Otomano, 1901- Moscú, 1963
imagen: Autorretrato, Nazim Hikmet en su celda de prisión, 1946


sábado, 6 de abril de 2013

Manuel Bandeira






 Fiebre, hemoptisis, disnea y sudores nocturnos.
La vida entera que podía haber sido y que no fue.
Tos, tos, tos.

Mandó llamar al médico:
–Diga treinta y tres.
–Treinta y tres... treinta y tres... treinta y tres...
–Respire.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

–Usted tiene una cavidad en el pulmón izquierdo y el pulmón derecho infiltrado.
–Entonces, doctor, ¿no podemos probar el pneumotórax?
–No. Lo único que se puede hacer es tocar un tango argentino. 




Dos veces se muere:
Primero en la carne, después en el nombre.
La carne desaparece, el nombre persiste pero
Vaciándose de su casto contenido
-Tantos gestos, palabras, silencios-
Hasta que un día sentimos,
Con un golpe de espanto (¿o de remordimiento?)
Que el nombre querido ya no suena como los otros.

Santinha nunca fue para mí el diminutivo de Santa.
Ni Santa fue nunca para mí la mujer sin pecado.
Santinha era dos ojos miopes, cuatro incisivos a flor de boca.
Era la intuición rápida, el miedo de todo, un cierto modo de decir “Válgame Dios”.

Adelaide no fue para mí solamente Adelaide,
Sino Cabellera de Berenice, Innominada, Casiopea.
Adelaide, hoy apenas sustantivo propio femenino.

Los epitafios también se apagan, bien lo sé.
Más lentamente, sin embargo, que las reminiscencias
En la carne, menos inviolable que la piedra de las tumbas.


Manuel Bandeira, Pernambuco, Brasil, 1886-1968
versiones de Rodolfo Alonso
imagen: s/d


Pneumotórax

Febre, hemoptise, dispnéia e suores noturnos. / A vida inteira que podia ter sido e que não foi. / Tosse, tosse, tosse. // Mandou chamar o médico: / - Diga trinta e tres. / - Trinta e tres...trinta e tres...trinta e tres... / - Respire. //  - O senhor tem una escavação no pulmão esquerdo e o pulmão direito infiltrado. / - Então, doutor, não é possível tentar o pneumotórax? / - Não. A única coisa a fazer é tocar um tango argentino.


Os nomes

Duas vezes se morre: / Primeiro na carne, depois no nome. / A carne desaparece, o nome persiste mas / Esvaziando-se de seu casto conteúdo / – Tantos gestos, palavras, silêncios – / Até que um dia sentimos, / Com uma pancada de espanto (ou de remorso?) / Que o nome querido já não nos soa como os outros. // Santinha nunca foi para mim o diminutivo de Santa. / Nem Santa nunca foi para mim a mulher sem pecado. / Santinha eram dois olhos míopes, quatro incisivos claros à flor da boca. / Era a intuição rápida, o medo de tudo, um certo modo de dizer “Meu Deus, velei-me”. //  
Adelaide não foi para mim Adelaide somente. / Mas Cabeleira de Berenice, Inominata, Cassiopéia. / Adelaide hoje apenas substantivo próprio feminino. // Os epitáfios também se apagam, bem sei. / Mas lentamente, porém, do que as reminiscências / Na carne, menos inviolável do que a pedra dos túmulos.



miércoles, 3 de abril de 2013

Carlos Mastronardi





(fragmento - cuartetas finales, 48-57)

[...]

Vuelvo a mirar confines de abandonada gracia,
pueblos fieles al gesto de antiguas gentes muertas,
y piadosos lugares que halagan el recuerdo,
por donde se alejaba mi pena paseandera.

Vuelvo a ser de las noches, que hondamente me han visto.
Me acompaña una brisa de campo en esas horas,
cuando busco la extrema quietud, ruinosas tapias
y calles semejantes a mi destino, y solas.

Conozco unos lugares que enternecen mi andanza
y donde la provincia ya es encanto sin tiempo.
Frondas, callados pueblos, suaves noches camperas.
Soledad, hermosura: frecuencias de mi pecho.

Vuelvo a cruzar las islas donde el verano canta,
y un aire enamorado de esa extensa delicia
en cuya luz diversa y en cuya paz se anuncia
la querida, la tierna, la querida provincia.

Larga dulzura creada para entender la dicha,
durable rosa, quieto fervor, gajo de patria.
¡Qué mansa la presencia de la brisa en sus tierras!
¡Qué sonora en mi pecho la efusión de sus aguas!

Dulzura, sí, llaneza cordial, grato sosiego,
amplitud primorosa y honor de la mirada.
En su anchura, el olvido reconoce a los suyos,
y en su tierno abandono mi persona se aclara.

¡Qué vistosas se ponen sus leguas cuando el aire
perfuma, y la tarde alza como dormidos velos!
Yo pondero esos campos, los nombra el afectuoso.
Mi corazón es dádiva de su amable silencio.

Siento una luz absorta y unos muertos rumores;
reconozco este ocaso perdido en los trigales,
y fuera de los años miro su gracia inmóvil,
su delicado fuego sobre los campos graves.

Luz absorta que viene del pasado, y me acerca
unos rostros, un pueblo y esa fecha rezada
en que anduve más solo por los patios silvestres...
(Un Septiembre elogiado con glicinas, estaba).

Este ocaso confunde mis tiempos. Vuelve un canto
siempre dulce. La dicha se parece a esta ausencia.
Quedo en la brisa, tierno de campo, libre, oscuro.
Una vez yo pasaba silbando entre arboledas.


Carlos Mastronardi, Entre Ríos, Argentina, 1901-1976
de Luz de Provincia


viernes, 29 de marzo de 2013

Ronald Stuart Thomas





El pozo oscuro

Ellos te ven como te ven,
un granjero pobre y sin nombre
arando cuesta ariba, sembrando el viento
con chillidos de gaviotas al final del día.
Para mí eres Prytherch, el hombre
que dirigió más que todos
mi lenta caridad adonde hacía falta.
Hay dos hambres, el hambre de pan
y el hambre del alma rústica
que ansía la gracia de la luz. Yo he visto ambas,
y elegí para el oído indulgente del mundo
la historia de uno cuyas manos
se han magullado contra las puertas cerradas
de la vida; uno cuyo corazón, más lleno que el mío
de lágrimas tragadas, es el pozo oscuro
del que extraer, gota a gota,
la terrible poesía de su clase.




Diácono de capilla

¿Quién puso ese pliegue en tu alma,
Davies, dispuesta esta hermosa mañana
para la sobria capilla, donde el ceño de la Biblia
atempera la luz del sol? ¿Quién te enseñó a rezar
y maquinar al mismo tiempo, volviendo tus ojos
al cielo mientras tu rápida mente sopesa
las chances de tu novilla el jueves que viene
en la feria del pueblo? ¿Están los carbones de tu corazón
encendidos para Dios, o el fuego de tus mejillas delgadas
es porque estabas muy cerca
de la mirada ardiente de esa muchacha?
Dímelo, Davies, pues la ligera brisa
del cielo refresca y me agito con ella,
¿quién te enseñó tu diestro equilibrio?




Un mirlo cantando

Parece mentira que de ese pájaro,
negro, atrevido, que sugiere lugares
oscuros, venga sin embargo
una música tan rica, como si el mineral
de las notas se volviera un metal precioso
a un toque de ese pico brillante.

Lo has oído muchas veces, solo en tu escritorio
a principios de abril, tu mente distraída
de su trabajo por la dulce turbación
de crepúsculo apacible fuera de tu cuarto.

Un cantor monocorde, pero que carga cada frase
con los matices de la historia, el amor, la dicha
y el dolor aprendidos por su oscura tribu
en otros huertos y transmitidos ahora
instintivamente como son,
pero siempre distintos con lágrimas nuevas.


R. S. Thomas, tal el nombre bajo el que publicó, fue además sacerdote anglicano.
Muchos de sus poemas están dedicados o referidos a “Prytherch”, personaje ficticio que encarna al típico granjero galés de las colinas.



Ronald Stuart Thomas, Cardiff, Gales, 1913-2000
versiones © Gerardo Gambolini
imagen: tomada de thesundaytimes.co.uk 




The Dark Well 

They see you as they see you, / A poor farmer with no name, / Ploughing cloudward, sowing the wind / With squalls of gulls at the day’s end. / To me you are Prytherch, the man / Who more than all directed my slow / Charity where there was need. / There are two hungers, hunger for bread / And hunger of the uncouth soul / For the light’s grace. I have seen both, / And chosen for an indulgent world’s / Ear the story of one whose hands / Have bruised themselves on the locked doors / Of life; whose heart, fuller than mine / Of gulped tears, is the dark well / From which to draw, drop after drop, / The terrible poetry of his kind.


Chapel Deacon 

Who put that crease in your soul, / Davies, ready this fine morning / For the staid chapel, where the Book’s frown / Sobers the sunlight? Who taught you to pray / And scheme at once, your eyes turning / Skyward, while your swift mind weighs / Your heifer’s chances in the next town’s / Fair on Thursday? Are your heart’s coals / Kindled for God, or is the burning / Of your lean cheeks because you sit / Too near that girl’s smouldering gaze? / Tell me, Davies, for the faint breeze / From heaven freshens and I roll in it, / Who taught you your deft poise?


A Blackbird Singing 

It seems wrong that out of this bird, / Black, bold, a suggestion of dark / Places about it, there yet should come / Such rich music, as though the notes’ / Ore were changed to a rare metal / At one touch of that bright bill. // You have heard it often, alone at your desk / In a green April, your mind drawn / Away from its work by sweet disturbance / Of the mild evening outside your room. // A slow singer, but loading each phrase / With history’s overtones, love, joy / And grieve learned by his dark tribe / In other orchards and passed on / Instinctively as they are now, / but fresh always with new tears.


domingo, 24 de marzo de 2013

Jacobo Fijman





Oíase a través de las olas subidas el grito de los puertos y las ciudades
y el frío de las campanas.

Los cielos mueven el puente de los días.

El frío se sumerge en las ramas.

Recogemos la sombra que cae de los pájaros.
Te has ido.
Enumero las albas bajo la espuma azul de la noche.

Corderos desfigurados reflejan en sus ojos las vueltas de las estrellas
y los viejos molinos.
 
 
Ha caído mi voz, mi última voz, que aún guarda mi nombre.
Mi voz:
pequeña línea, pequeña canción que nos separa de las cosas.

Estamos lejos de mi voz y el mundo, vestidos de humedades blancas.

Estamos en el mundo y con los ojos en la noche.
Mi voz es fría y sucia como la piel de los muertos.
 
 
Al pie de los aromas blancos recobro mis manos en plegaria.
Una vez había...

Los canales hastiados se ponen en camino lejos de nuestros ojos.
Para sí trazan el pavor los soles.

Apoyo mi rostro sobre la sombra siete veces obscura
y atravieso los diques ajustados que arrastran los vientos.

Rodaba mi acento de mar desgarrado sobre siete caminos de nieve.
 
 
Jacobo Fijman, Orhei, Besarabia, 1898 – Buenos Aires, 1970
de Hecho de estampas (1929)
imagen: Ma Yuan, El Río Amarillo cambia su curso


domingo, 17 de marzo de 2013

Bartolo Cattafi







Ataques sorpresivos, sueños, sobresaltos,
maniobras monótonas.
Cuando alguno trae noticias
las metemos en un sobre,
pasamos las líneas de noche,
las vendemos al enemigo.
A su vez, algún enemigo
hace el camino inverso,
habla con los nuestros,
discute sobre el valor
negocia el precio de nuestra cabeza.
No ocurre nada no hay
un juicio por nadie,
sobre la cabeza de todos pende algo.



¿Y la apertura de alas?
Varía; hay de
micrones, de centímetros, de metros.
Depende del modelo, del material, de la
fuerza motriz; el motivo, la altura a alcanzar.
Replegadas, cerradas de nuevo, alojadas
bajo una corona verdísima, en el Edén
comida para polillas felices;
o bien bajo hielo con los restos, huesos
regios, mamut, moscas muertas
en el fondo a la sombra del tiempo.
Caminamos lo más que podemos,
a menudo vemos, alta en la memoria, dolorosa,
una blanca bandada de harapos... (sólo
un juego, una ayuda, una fantasía
si en la escena del desierto el fuego
se propaga a la piel de las presas
si el hielo condensa nombres inhumanos).
Un batir de alas arriba por los vastos
muros de la memoria no nos sustrae
de las sombras que nos siguen; la hiena,
el lobo, los ángeles
abyectos de andar oblicuo.


Bartolo Cattafi, Italia, 1922-1979
Versiones © Gerardo Gambolini
imagen: Bartolo Cattafi en Messina, 1972


Sulla testa di tutti

Colpi di mano, sonni, soprassalti, / monotone manovre. / Quando qualcuno ci porta notizie / le chiudiamo in busta, / passiamo le linee nottetempo, / le vendiamo al nemico. / A sua volta qualcuno dei nemici / compie il cammino inverso, / parla coi nostri, / disputa sul peso / contratta il prezzo della nostra testa. / Non capita nulla non succede / un giudizio per nessuno, / sulla testa di tutti pende qualcosa.


Apertura d’ali

E l’apertura d’ali?/ Essa varia; ve n’è / di micron, di centimetri, di metri. / Dipende dal modello, dalla materia, dalla / forza motrice; il motivo, la quota da raggiungere. / Ripiegate, richiuse, accantonate / sotto un serto verdissimo, nell’Eden / pasto a tarme felici; / oppure sottoghiaccio coi relitti, ossa / regali, mammut, mosche spente / in fondo all’ombra del tempo. / Camminammo più a lungo che potemmo, / spesso vedemmo, alto nella memoria, doloroso, / un bianco stormo di brandelli… (appena / un gioco, un aiuto, una finzione / se sulla scena del deserto il fuoco / s’apprende alla pelle delle prede / se il gelo aggruma nomi disumani). / Un battito d’ali su per le vaste / pareti della memoria non ci sottrae / all’ombre che ci seguono; la iena, / il lupo, gli angeli / abietti dall’obliquo incedere.


domingo, 10 de marzo de 2013

Carlos Drummond de Andrade






Huerta de los repollos,
huerta del jiló,
huerta de la lectura,
huerta del pecado,
huerta de la evasión,
huerta del remordimiento,
huerta del caracol y del sapo y del trozo
de cuenco de color guardado como recuerdo,
huerta de echarme en el suelo y poseer la tierra,
y de poseer el cielo, cuando la tierra me cansa.



En la ambigua intimidad
que nos conceden
podemos andar desnudos
delante de sus retratos.
No reprueban ni sonríen
como si en ellos la desnudez fuera mayor.



La casa se vendió con todos los recuerdos
todos los muebles todas las pesadillas
todos los pecados cometidos o en vías de cometerse
la casa se vendió con su batir de puertas
con su viento aprisionado su vista del mundo
sus imponderables
por veinte, veinte millones.


Carlos Drummond de Andrade, Brasil, 1902-1987
Versiones © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Litania da horta

Horta dos repolhos, / horta do jiló, / horta da leitura, / horta do pecado, / horta da evasão, / horta do remorso, / horta do caramujo e do sapo e do caco / de tigela de côr guardado por lembrança, / horta de deitar no chão e possuir a terra, / e de possuir o céu, quando a terra me cansa.


Os mortos

Na ambígua intimidade / que nos concedem / podemos andar nus / diante de seus retratos. / Não reprovam nem sorriem / como se neles a nudez fosse maior.


Liquidação

A casa foi vendida com todas as lembranças / todos os móveis todos os pesadelos / todos os pecados cometidos ou em via de cometer / a casa foi vendida com seu bater de portas / com seu vento encanado sua vista do mundo / seus imponderáveis / por vinte, vinte contos.


sábado, 2 de marzo de 2013

Michael O'Loughlin







Debería sentirme en cierto modo reivindicado, supongo,
al ver nuestras declinaciones calar más hondo
que las espadas de nuestros legionarios —
pero por alguna razón no siento eso.
Somos un grupo diverso aquí, demonios
para beber, viejos personajes senatoriales,
favoritos desechados, poetas sin mecenas, etc.

Si les preguntan por qué están aquí puede que invoquen
el deber con el imperio, el celo misionero
o simplemente el espíritu de aventura —
todas mentiras, por supuesto.
Nadie abandona Roma a menos
que deba hacerlo, o no exactamente porque deba
como un soldado ordinario de una legión reclutada.

Pero las cosas, de algún modo, conspiran para expulsarlo.
No todos los poetas tienen mecenas, no todo
encaja fácilmente en la vida pública —
ya sabemos cómo es eso.
Una palabra equivocada en el oído equivocado.
Una oportunidad crucial arruinada,
y más vale que lo olvidemos. ¿Quién entiende esas cosas?

Algunes dicen que están el el regazo de los dioses, pero en cualquier caso
terminamos aquí en los confines del imperio
machacando nuestra lengua ilustre
en cráneos bárbaros
y puliendo las frases
de los brutos que gobiernan en nombre de Roma.
Como dije, un grupo diverso, refugiados todos de oscuros fracasos.

Algunos se casan con muchachas del lugar y se dejan crecer rizos
y barbas rubias de la noche a la mañana. ¡Pobres idiotas!
¿Cómo pueden tomar en serio
esos cuerpos bovinos
esas caras extravagantes que cecean mal aliento?
¿Quién podría escribir poesía para gente así?
Pienso mucho en esas cosas, pero no llego a ninguna conclusión

En las heladas noches de invierno sentado en torno al vino
y las olivas, contando historias de días más soleados
chupando viejos chismes
hasta el carozo seco
Catón elabora su teoría favorita;
que Roma un día quedará reducida a polvo
bajo el talón bárbaro, y sólo nuestra preciosa lengua

sobrevivirá, una frágil línea de seda arrojada a través de los años,
pero yo no sé. ¿A quién entre estos bárbaros
con su piel de oso le importaría un rábano
Horacio o Virgilio
o cualquiera de nosotros? Lo único que quieren es lo suficiente  
para poder regatear con un mercader siciliano,
o trampear al recaudador romano dándole menos de lo debido.

Pero tarde a la noche, cuando salgo
a la cellisca y el frío para los que no nací
y siento el abrazo amenazante
de esos bosques inmensos
llenos de bestias sin nombre
y el grandioso cielo boreal sin dios
amenazándome con su vacío y su indiferencia

por mí y por todos los que son como yo — entonces, a veces,
pienso que él quizás tenga razón; que
somos los esclavos de la galera
transpirando abajo
llevando a la hermosa princesa
que va sentada en la proa,
a través del mar, hacia su amante desconocido.


Michael O’Loughlin, Dublín, Irlanda, 1958
de Another Nation, Arc Publications, 1996
Versión © Gerardo Gambolini 
imagen: Proa de galera romana
[http://www.fromoldbooks.org]


Latin as a foreign language

I suppose I should feel somehow vindicated / To see our declensions bite deeper / Than our legionaries’swords — / But somehow I don’t. / We’re a mixed lot here, devils / To drink; old senatorial types and / Discarded favourites, poets without patrons, etc. // When asked why they’re here they might answer / About duty to the empire, missionary zeal / Or simply the spirit of adventure — / All rot, of course. / No one leaves Rome unless / He has to, or not exactly because he has to / Like a vulgar soldier in a conscripted legion. // But things somehow conspire to force him out. / Not all poet finds patrons, not all / Fits smoothly into public life — / You know how it is. / One wrong word in the wrong ear. / One fateful opportunity fluffed, and / You may as well forget it. Who understands these things? // Some say they lie in the lap of gods but either way / We end up here in the backwaters of empire / Drumming our illustrious tongue / Into barbarian skulls / And polishing up the phrases / Of the oafs who govern in Rome’s name. / Like I said, a mixed lot, refugees all from obscures failures. // Some marry local girls, ad sprout blonde beards / And culrs overnigght. Poor bastards! / How can they take seriously / Those bovine bodies / Those gaudy faces lisping bad breath. / Who could write poetry for such as these? / I think about these things a lot, but come to no conclusion. // During the freezing winter nights sitting round the wine / And olives, telling tales of sunnier days / Sucking ancient bits of gossip / Down to the dry pit / Cato elaborates his pet theory; / How Rome will someday crumble to dust / Beneath the barbarian heel, and only our precious tongue // Will survive, a frail silken line flung across the years / But I don’t know. Who among these barbarians / Would give a fart in his bearskin / For Horace or Virgil / Or any of us? All they want is enough / To haggle with a Sicilian merchant, or cheat / The Roman tax collector out of his rightful due. // But late at night, when I stumble out into / The sleet and cold I was not born to / And feel the threatening hug / Of those massive forests / Stuffed with nameless beasts / And the great godless northern sky / Threatening me with its emptiness and indiference // To me and all that are like me — then, sometimes, / I think he may be right; that / We are the galley slaves / Sweating below / Bearing the beautiful / Princess who sits in the prow / Across the ocean to her unknown lover.


miércoles, 27 de febrero de 2013

Jack Gilbert






Un día estaba en el café, sentado afuera,
mirando el crepúsculo en Umbría, cuando una niña
salió de la panadería con el pan que su madre le pidió.
No sabía qué hacer. Ya confundida
por tener trece años y justo aquel verano hacerse mujer,
ahora tenía que pasar por delante del americano.
Pero lo hizo muy bien. Pasó por delante y dobló la esquina
con gracia, sin prestarme atención. Casi perfecto.
En el último instante no pudo resistir
mirarse fugazmente sus pechos nuevos. Suelo recordar
aquella inclinación de su cabeza cuando la gente habla
de tal o cual de las grandes beldades.




Por supuesto fue un desastre.
El más preciado, insoportable secreto
ha sido siempre un desastre.
El peligro cuando tratamos de irnos.
Revisando más tarde, una y otra vez,
lo que debimos hacer
en lugar de lo que hicimos.
Pero en esos breves momentos
parecíamos vivos. Engañados,
maltratados, mentidos y traicionados,
seguramente. Sin embargo, por ese
corto tiempo, visitamos
nuestra vida posible.




En los pequeños poblados a lo largo del río
no ocurre nada, día tras día.
Semanas de verano atascadas para siempre
y largos matrimonios siempre iguales.
Vidas con sólo emergencias, nacimientos
y pesca como emociones. Entonces un barco
surge de la neblina. O aparece por la curva
lentamente una mañana
bajo la lluvia, frente a los pinos y los arbustos.
Llega majestuoso, todo iluminado,
en una calurosa noche perfumada. Dos días después
se ha ido, dejando furia en su estela.


Jack Gilbert, Pittsburgh, Pennsylvania, Estados Unidos, 1925-2012
Versión © Gerardo Gambolini
Imagen: Barcaza en el Mississippi, foto de Dennis Adams
[Public domain]


In Umbria

Once upon a time I was sitting outside the café / watching twilight in Umbria when a girl came / out of the bakery with the bread her mother wanted./ She did not know what to do. Already bewildered /
by being thirteen and just that summer a woman, / she now had to walk past the American. / But she did fine. Went by and around the corner / with style, not noticing me. Almost perfect. / At the last instant could not resist darting a look / down at her new breasts. Often I go back / to that dip of her head when people talk / about this one or that one of the great beauties.


Going There

Of course it was a disaster. / The unbearable, dearest secret / has always been a disaster. / The danger when we try to leave. / Going over and over afterward / what we should have done / instead of what we did. / But for those short times / we seemed to be alive. Misled, / misused, lied to and cheated, / certainly. Still, for that / little while, we visited / our possible life. 


South

In the small towns along the river / nothing happens day after long day. / Summer weeks stalled forever, / and long marriages always the same. / Lives with only emergencies, births, / and fishing for excitement. Then a ship / comes out of the mist. Or comes around / the bend carefully one morning / in the rain, past the pines and shrubs. / Arrives on a hot fragrant night, / grandly, all lit up. Gone two days / later, leaving fury in its wake.