miércoles, 5 de mayo de 2010

Raúl González Tuñón


La cerveza del pescador Schiltigheim

Para que bebamos la rubia cerveza del viejo pescador Schiltigheim,
Para que amemos Carcassonne y Chartres, Chicago y Quebec, torres y puertos,
Los blancos molinos harineros y la luz de las altas ventanas de la noche
encendidas para los hombres de frac y para los ladrones.
Y las islas en donde los Kanakas comen plátanos fritos
y bajo las palmeras entre ágiles mulatas suenan los ukeleles.
Islas, dije, las islas, soles rojos, platillos para Darius y Milhaud.
¡Tener un corazón ligero! Vale decir amar a todas las mujeres bellas,
Y una moral ligera, vale decir andar con gitanos alegres
y dormir en un puerto un ocaso cualquiera y en otro puerto y otro
y andar con suavidad y con desenvoltura de fumador de opio.

Para que a cada paso un paisaje o una emoción o una contrariedad
nos reconcilien con la vida pequeña y su muerte pequeña.
Para que un día nos queden unos cuantos recuerdos: decir, estuve,
estuve en tal pasión, en tal recodo. Estuve, por ejemplo,
en la feria de Aubervilliers una mañana, con un trozo de asado,
una amistad tranquila, la mesa clara, el perro, el buen hablar
y afuera, las verduleras de París chapoteando con los zuecos en la nieve.

Para que bebamos la rubia cerveza del viejo pescador Schiltigheim
es necesario no asustarse de partir y volver, camaradas, estamos
en una encrucijada de caminos que parten y caminos que vuelven.

Raúl González Tuñón, de La calle del agujero en la media, 1930.
imagen: La Rue des Abbesses, Maurice Utrillo, c.1910

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