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domingo, 6 de noviembre de 2011

Almudena Guzmán // 3 poemas



Hoy era la última tarde...

Hoy era la última tarde.

Usted no paraba de hablar
—lo hubiese matado—
y a mí me ardían las uñas cuando nos despedimos
en la parada del autobús.

Ni un sólo beso.

Almudena Guzmán, España, 1964
imagen: Public Domain Image from Flickr


Señor, ahora que mi piel y la suya...

Señor,
ahora que mi piel y la suya—después de las sábanas—
han formado un nuevo “collage” en el agua,
no es el mejor momento para hablarle,
desde luego,
pero aprovechando que estoy arriba
y usted debajo,
quisiera decirle
—casi no me atrevo con sus ojos—
que no puedo más,
que voy a pararme.

—Era el placer como una de esas muñecas rusas que se abren
y aparece otra,
y otra...—

Almudena Guzmán, España, 1964


Volvemos a comer juntos...

Volvemos a comer juntos.
Este hombre cada día más guapo y a ti te rebasan las orejas.

Qué importa.
Qué importa el poco tiempo que tienes para enamorarlo,
qué importa la sopa fría
—no puedes permitirte el lujo
de perderlo de vista un solo instante, Almudena—,
si cuando vas a citar “yo siempre estoy triste”
él se anticipa y acariciándote los ojos dice que le encanta
tu alegría.

Almudena Guzmán, España, 1964

domingo, 16 de octubre de 2011

Almudena Guzmán // 5 poemas





Deslumbramientos sombríos

Esta mañana, el helado y marchito sol de enero hizo estragos
en mis ojos.
Por él, vi con más intensidad a esa gitanilla en manga corta
que pedía junto al metro,
tuve plena consciencia de lo arduo de nuestro amor,
me horroricé al contemplar los ametralladores grabados de Goya,
y salí de nuevo a la calle con las manos encogidas de angustia
sin saber
–pálida prisionera de los subterráneos–
si me bajaba en Velásquez o en Lista.
Y subí las escaleras de dos en dos para encontrar a la muerte
cómodamente recostada en mi gélido cuarto.


Esto va a venirse abajo
de un momento a otro
y usted lo sabe.
El amor ya no es un templo griego
sino algo parecido a un desastre de líneas
oblicuas que aprisionan todo intento de lluvia.

Y es gris. Tan gris como esta perspectiva de furias
que se nos viene encima.



Esto ya va mejor.
Ya no le tengo miedo.

Y me complace que usted,
como quien no quiere la cosa,
haya fijado el barniz de sus ojos en mis piernas.



Señor,
si usted sabe
que yo ahora estoy celosa
por lo que me ha dicho,
tenga al menos el detalle de no hacérmelo notar durante
la cena.

(Nunca en mi vida enrollé espaguetis con tanto odio.)



Este hombre que ahora cerca mi cuello
con su sabia muralla de labios
quizá abandone de pronto la almena,
quizá desaparezca para siempre.

Porque tiene un tacto en la mirada
que recuerda las plumas de los pájaros.


Almudena Guzmán, Madrid, España, 1964
imagen: foto tomada de rafaelmontesinos.blogspot.com