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lunes, 29 de agosto de 2011

Joaquín Giannuzzi


La muerte miró la escena por el rápido agujero
cuando ellos congelaron su estirpe de comediantes:
un momento absolutamente sensorial
bajo la luz de un presente instantáneo.
A partir de aquella carnal expectativa
simularon impunidad de tiempo no recibido,
primera distancia paralizada, fraude de eternidad
y el astuto poder de lo virtual
en la mente vaciada por el orificio del ojo.
El conjunto fue perdiendo peso, integridad,
energía personal, universo continuo.
Llovió en el fondo de la imagen
y se instaló una tarde progresiva en el desastre.
Entonces reinó el frío error de lo mecánico.
Ellos anhelaron memoria y sentido
desde el bulto brumoso del ser,
fisiológicos, brutales, marrones:
pero la amnesia general de la materia
desvaneció a los abuelos, disolvió
la consistencia del vínculo
entre sangres de un mismo incendio
y vestimentas anegadas por la degradación de sí mismas.
La vida reclamaba espesuras hacia todas direcciones,
mutaciones compactas, alaridos, volúmenes llameantes.
Y está visto que dos dimensiones bastaron a esta muerte de cartón.



Joaquín Giannuzzi, Buenos Aires, 1924 – Salta, 2004, Argentina
imagen: s/d



martes, 17 de mayo de 2011

Joaquín Giannuzzi




El perfume nocturno instala su cuerpo
en una segunda perfección de lo natural.
Por la gracia de su vida
la noche comienza y el cuarto iluminado
es una palpitación de joven felino.
Ahora se pone el vestido
con una fe que no puedo imaginar
y un susurro de seda la recorre hasta los pies.
Entonces gira
sobre el eje del espejo, sometida
a la contemplación de un presente absoluto.
El instante se desplaza hacia otro
un dulce desorden se inmoviliza en torno
hasta que un chasquido de pulseras al cerrarse
anuncia que todas mis opciones están resueltas.
Ella sale del cuarto, ingresa
a una víspera de música incesante
y todo lo que yo no soy la acompaña.

Joaquín Giannuzzi, Buenos Aires, 1924 – Salta, 2004, Argentina
imagen: Auguste Renoir, Joven peinándose, 1894



Compré café, cigarrillos, fósforos.
Fumé, bebí
y fiel a mi retórica particular
puse los pies sobre la mesa.
Cincuenta anos y una certeza de condenado.
Como casi todo el mundo fracasé sin hacer ruido;
bostezando al caer la noche murmuré mis decepciones,
escupí sobre mi sombra antes de ir a la cama.
Esta fue toda la respuesta que pude ofrecer a un mundo
que reclamaba de mí un estilo que posiblemente no me
correspondía.
O puede ser que se trate de otra cosa. Quizás
hubo un proyecto distinto para mí
en alguna probable lotería
y mi número no salió.
Quizá nadie resuelva un destino estrictamente privado.
Quizás la marea histórica lo resuelva por uno y por todos.
Me queda esto.
Una porción de vida que me cansó de antemano,
un poema paralizado en mitad de camino
hacia una conclusión desconocida;
un resto de café en la taza
que por alguna razón
nunca me atreví a apurar hasta el fondo.

Joaquín Giannuzzi, Buenos Aires, 1924 – Salta, 2004, Argentina

viernes, 8 de abril de 2011

Joaquín Giannuzzi




Breve y liviano sobre la playa, aéreo
el último hueso de la gaviota
aguarda la disolución en manos de los elementos.
No está previsto un accidente
que modifique la situación.
El sólido cuerpo del planeta
también espera,
pasivamente espera y con dulzura
el retorno del hueso a su garganta.
Cincuenta millones de años
contra unas semanas de vuelo.
No hay injusticia en la proporción
sino confianza y un pulido equilibrio
entre el agua, el viento y la temperatura solar.
Y allí de pie, el poder humano,
buscando en el cielo un agujero
donde meter la cabeza y si es posible
una eternidad independiente
de uso privado y esqueleto entero.

Joaquín Giannuzzi, Buenos Aires, 1924 – Salta, 2004, Argentina
imagen: s/d


Crónica de la columna vertebral

Para levantar las pirámides
doscientos mil hombres, a lo largo
de tres generaciones, cargaron y arrastraron
millones de toneladas de piedra.
Dos imágenes de restos óseos
revelan el costo de las obras:
la columna vertebral de los obreros
aparece curvada en dos secciones,
muestra fisuras, bordes corroídos,
luxaciones, agobio eterno.
La de los faraones, sacerdotes y altos
funcionarios, se ven erguidas
y frescas como recién nacidas.
Después de 4.000 años,
vértebra sobre vértebra, crujido a crujido,
el espinazo innumerable
sigue cargando el peso
del sueño y la podredumbre de los señores.

Joaquín Giannuzzi, Buenos Aires, 1924 – Salta, 2004, Argentina

martes, 25 de enero de 2011

Joaquín Giannuzzi


Pero no me recuerdo

Para siempre a salvo de la erosión,
tenía veinte años en esta fotografía.
Pero no me recuerdo, no sé qué pasó hasta aquí
ni cómo sucedió.
Aquel muchacho bastante tonto,
con todo el cabello puesto
y toda la luz a su disposición.
En qué andaba, qué hacía detrás de esa piel.
La transición quedó a oscuras. Desde aquí
el tiempo es un sueño desordenado.
Sólo sé que no había apostado
a esto que me sucede, ahora que tengo frío y estoy hecho
un rostro que termina y pierde aire.

Joaquín Giannuzzi, Buenos Aires, 1924 – Salta, 2004, Argentina
imagen:
s/d


Negación en el valle

A solas con mi carne en el valle, separado
del deshonor de la historia y su silbido carnicero,
las verdes colinas cierran el paisaje hacia el oeste
y las nubes bajan pesadas en la desolación
de este hueco frío de mi país.
El pueblo es lluvioso y traicionado
bajo un tiempo que desvanece su nombre. Por sus últimas calles
se ajena una música hasta volverse desconocida
y su lugar usurpa un silencio infecundo, de entraña aterrada.
En el error de ayer sonaron disparos hasta el hueso
y los muertos crecieron para una sola demencia.
¿Pero quién se equivocó para que yo esté vivo?
¿Quién condenó a quién en la oscuridad?
¿Cómo seguir aquí sin entender, optando a ciegas
en una época nocturna? Ahora que estoy separado
en las colinas que me circundan
hay una opción de eternidad inexplicable
para esta conciencia ruinosa. Pero su llamado
no alcanza a lo que huyó: mi costado soñador,
la porción cantante de mi cabeza,
la poseía experimental, la esperanza de un nuevo estilo,
una justicia en la realidad y en el pecho. Ahora
hasta la llovizna en el valle es una especie
de negación y de conocimiento mortal.

Joaquín Giannuzzi, Buenos Aires, 1924 – Salta, 2004, Argentina