Mostrando las entradas con la etiqueta Bernard Spencer. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Bernard Spencer. Mostrar todas las entradas

jueves, 1 de julio de 2010

Bernard Spencer


Notas de un extranjero

Sus ojos opacos, inquietos,
el último sitio donde hallarás una pista de esta ciudad;
ojos que sostienen tu mirada o que anhelan al pasar a tu lado,
oscuridades recortadas de un vestido de noche.

Encuentros con fantasmas habituales,
mujeres cuya belleza te golpea en el vientre:
el sonido del idioma impetuoso,
pastoso como si la lengua aún saborease la fruta.

Tu deseo de convertirlas todas
en una sola visión, con los adornos, los ruidos del tráfico,
la daga penetrante de los silbatos, y los ciegos,
llamando al mundo como almas atrapadas en una mina.

Los pasos lentos de la gente a la noche
frente a los cines iluminados; cada plaza del siglo dieciséis
donde los reyes y héroes de bronce sujetan la rienda
de sus solemnes corceles de guerra: y en todas partes

viviendas en construcción, sin esperanza,
ladrillo sin ventanas en dos costados enjutos, que dan
a arenales y una luz leonada cegadora
por donde pasan mujeres vistiendo su luto negro.

Una ilusión, tu vieja incapacidad de ver,
salvo como un extranjero. En un sentido
tu ciudad nunca fue real, a pesar
de todos sus tranvías y bancos y atardeceres

condenados a un polvo infernal como en una
ciudad bombardeada, y a pesar
de esa luz que se demora media hora más
como si gallos furiosos hubieran hablado con el alba.

La luz evocada que ninguna ciudad
(al menos de eso estás seguro) puede mostrar;
cuando las cosas significan más pero se desvanecen, como lugares
que uno recuerda a medias, una campana que no está sonando ahora.

Bernard Spencer, Madras, India, 1909- Viena, 1961
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Bernard Spencer en Atenas



Notes By a Foreigner

Their opaque, restless eyes,
the last place you will find a clue to this town;
eyes that face yours or hunger past you,
darknesses cut from a woman’s evening gown.

Encounters with frequent phantoms,
women whose beauty lays a hand on your gut:
the sound of the impetuous language,
blurred as if the tongue still savoured the fruit.

Your wish to build them all
into one vision, with traffic bells, the fine
knives of the whistles, and the blind,
tapping to the world like caught souls down a mine.

The shuffle of evening crowds
past cinema lights; each sixteen-century square
where the bronze kings and heroes rein
their grave war-stallions back: and everywhere

Blocks without hope going up,
windowless brick down two gaunt sides, that back
on wat¿stes of sand and dazin lion-light
through which walk women in their mourning black.

Illusion, your old failure
to see except as a foreigner. There is just
a sense in which your town never
was true, for all its trams and banks and dust

doomed sunsets like the hell
over a town bombarded, and for all
that light that stays a half hour more
as though mad cocks had given the dawn a call.

The echo-light no town
(of this at least you can be sure), can parallel;
when things mean more yet fade, like places
you half remember, a now-not-beating bell.