lunes, 31 de mayo de 2010

T. S. Eliot


La canción de amor de J. Alfred Prufrock

S’io credesi che mi risposta fosse
a persona che mai tornasse al mondo
questa fiamma staria senza piú scosse.
Ma per ció che giammai di questo fondo
non tornó vivo alcun, s’i’odo il vero,
senza tema d’infamia ti rispondo.


Vayamos entonces, tú y yo,
cuando la tarde se tienda sobre el cielo
como un paciente anestesiado en una mesa;
vayamos, por esas calles semidesiertas,
los retiros rumorosos de noches agitadas
en hoteles baratos de una noche
y fondas de aserrín y ostras vacías:
calles que siguen como una discusión
insidiosa y aburrida
para llevarte a una pregunta abrumadora...
Oh, no preguntes “¿Qué sucede?”
Vayamos, y hagamos la visita.

En la sala, las mujeres van y vienen
hablando de Miguel Ángel.

La niebla amarillenta que restriega su lomo en las ventanas,
el humo amarillento que restriega su hocico en las ventanas
lamió las esquinas del ocaso,
se demoró en los charcos de los desagües,
dejó caer en su lomo el hollín que cae de las chimeneas,
trepó a la azotea, dio un salto repentino
y viendo que era una plácida noche de octubre,
se enroscó contra la casa y se durmió.

Y habrá tiempo, seguro,
para el humo amarillento que vaga por la calle
frotándose el lomo en las ventanas;
habrá tiempo, habrá tiempo
de adoptar una cara para enfrentar las caras que enfrentas;
habrá tiempo para matar y crear,
y tiempo para todos los trabajos y los días
de manos que levantan y arrojan en tu plato una pregunta;
tiempo para ti y tiempo para mí,
y tiempo aún para cien indecisiones,
y para cien visiones y revisiones,
antes que llegue la hora del té.

En la sala, las mujeres van y vienen
hablando de Miguel Ángel.

Y habrá tiempo, seguro,
para preguntar “¿Me atrevo?” y “¿Me atrevo?”
tiempo para dar media vuelta y bajar la escalera,
con un claro de calva en mi cabeza —
(“¡Cómo le está raleando el pelo!”, dirán)
Mi levita, mi cuello subiendo con firmeza a la barbilla,
mi corbata sobria y fina, pero con un prendedor sencillo —
(“¡Cómo tiene de flacos los brazos y las piernas!”, dirán)
¿Me atrevo
a perturbar el universo?
En un minuto hay tiempo
para decisiones y revisiones que un minuto anulará.

Pues ya las conozco todas, las he conocido todas —
he conocido las noches, las mañanas y las tardes,
he medido mi vida con cucharas de café;
conozco las voces que se apagan con una cadencia moribunda
bajo la música de un cuarto distante.
¿Cómo animarme, entonces?

Y ya conocí los ojos, los he conocido todos —
los ojos que te encasillan en un enunciado,
y cuando esté encasillado, despatarrado en un alfiler,
cuando esté clavado y retorciéndome en la pared,
¿cómo empezar a escupir
todas las colillas de mis días y maneras?
¿Y cómo animarme?

Y ya conocí los brazos, los he conocido todos —
brazos con pulseras y blancos y desnudos
(¡pero a la luz de la lámpara, cubiertos de vello claro!)
¿Es perfume de un vestido
lo que me hace divagar?
Brazos que se apoyan en la mesa, o se envuelven en un chal.
¿Debería, entonces, animarme?
¿Y cómo tendría que empezar?

. . . . . .

¿Diré que anduve por calles estrechas al caer la tarde
viendo el humo que sube de las pipas
de hombres solitarios
asomados a ventanas en mangas de camisa? ...

Yo tendría que haber sido un par de pinzas dentadas
correteando por el fondo de mares silenciosos.

. . . . . .

¡Y la tarde, el anochecer, duerme tan plácidamente!
Acariciada por largos dedos,
dormida... cansada... o haciéndose la enferma,
tendida en el piso, aquí junto a ti y a mí.
¿Debería yo tener, después del té, las masas, los helados,
la fuerza para llevar el momento hasta su crisis?
Pero aunque he llorado y ayunado, llorado y rezado,
aunque he visto mi cabeza (ya ligeramente calva) sobre una bandeja,
yo no soy ningún profeta — ni éste es un asunto trascendente;
he visto vacilar el momento de mi grandeza,
y he visto al eterno Lacayo tomar mi abrigo,
y reír por lo bajo,
y, en resumen, tuve miedo.

¿Y habría valido la pena, después de todo,
después de las tazas, la mermelada, el té,
entre la porcelana, entre un poco de charla sobre ti y sobre mí,
habría valido la pena
haber clavado el diente en la cuestión, con una sonrisa,
haber comprimido el universo en una bola
para arrojarla a una pregunta abrumadora,
decir: “Yo soy Lázaro, venido de entre los muertos,
vuelto para decirles todo, les diré todo” —
si una, apoyando la cabeza en un cojín,
dijera: “Eso no es lo que esperaba, en absoluto.
No lo es, en absoluto” ?

¿Y habría valido la pena, después de todo,
habría valido la pena,
después de las puestas y los jardines y de las calles regadas,
después de las novelas, las tazas de té, después de las faldas
que arrastran por el suelo —
y de esto, y mucho más?
¡Es imposible decir exactamente lo que quiero!
salvo como una linterna mágica que proyectara los nervios en segmentos
sobre una pantalla:
¿habría valido la pena
si una, acomodando una almohada o quitándose un chal
y mirando a la ventana, dijera:
“No lo es, en absoluto.
Eso no es lo que esperaba, en absoluto.” ?

. . . . . .

¡No! No soy el príncipe Hamlet, ni tenía por qué serlo;
soy un noble del séquito, uno que servirá
para engrosar una comitiva, iniciar alguna escena,
aconsejar al monarca; un instrumento fácil, sin duda,
respetuoso, contento de ser útil,
político, cauto, meticuloso;
de hablar florido, pero algo obtuso;
a veces, por cierto, casi ridículo —
a veces, casi, el bufón.

Envejezco... envejezco...
Usaré enrolladas las botamangas del pantalón.

¿Deberé peinarme con la raya atrás? ¿Me atreveré a comer un durazno?
Usaré pantalones blancos de franela, y pasearé por la playa.
He oído a las sirenas cantándose entre sí.

No creo que ellas canten para mí.

Las he visto cabalgar en las olas mar adentro
peinando el pelo blanco de las olas echado atrás por el viento
cuando el viento sopla el agua blanca y negra.

Nos hemos demorado en las cámaras del mar
adornados por sirenas con coronas de algas rojas y castañas
hasta que voces humanas nos despiertan, y nos ahogamos.

Thomas Stearns Eliot, St. Louis, Missouri, 1888 - Londres, 1965
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: T. S. Eliot, s/d


[Nota: Contrariando el hábito de este blog, se omite el original inglés, dada la extensión del poema. Entre muchos otros sitios, el original puede consultarse en http://www.bartleby.com/198/1.html - El Editor ]

miércoles, 26 de mayo de 2010

Friedrich Nietzsche


Solitario

Graznan los cuervos
y aleteando dirigen sus alas a la ciudad;
pronto nevará.
¡Feliz aquél que aún tiene patria!

Ahora estás petrificado,
miras hacia atrás, ¡cuánto tiempo ha pasado!
¿Estás loco
que has huido por el mundo ahora que es invierno?

El mundo: puerta abierta a mil desiertos,
muda y fría.
Quien perdió lo que perdiste
en ningún lugar se detiene.

Ahora estás pálido,
condenado a un viaje de invierno,
al humo semejante,
que sin cesar tiende a cielos más fríos.

¡Vuela pájaro, grazna tu canción
en tono de pájaro desértico!
¡Esconde, loco, tu ensangrentado corazón,
en hielo y en desprecio!

Graznan los cuervos
aleteando, sus alas dirigen a la ciudad:
pronto nevará,
¡Infeliz aquél que no tiene patria!

Friedrich Wilhelm Nietzsche, Alemania, 1844-1900
traducción de Andrés Sánchez Pascual
imagen: dibujo de Nietzsche por Edvard Munch

domingo, 23 de mayo de 2010

Píndaro


En breve tiempo crece la dicha de los mortales

En breve tiempo crece la dicha de los mortales,
pero, de igual forma, cae por tierra zarandeada
por el destino inflexible.
Seres de un día, ¿qué es uno? ¿qué no es?
El hombre es el sueño de una sombra.

Píndaro, Cinoscéfalas (Tebas) c. 518 a.C. - Argos, 438 a.C.
Traducción de Carlos García Gual
imagen: escena de El Séptimo sello, de I. Bergman, 1956



a Alcímidas de Egina
(Nemea VI, 1-13)

Una es la familia de los hombres, una la de los dioses,
pues por una sola madre alentamos unos y otros.*
Mas nos separa un poder enteramente desigual;
porque lo humano nada es y el cielo de bronce, en cambio,
permanece por siempre como sólida morada.
Con todo, en algo nos acercamos a los inmortales,
bien sea por la grandeza de la inteligancia,
bien por la condición corporal, aunque no sepamos
hacia qué meta trazada por el destino —en el día
o en la noche— hemos de correr.

* Alusión a Gea, de quien descienden los dioses y los hombres

Píndaro, Cinoscéfalas (Tebas) c. 518 a.C. - Argos, 438 a.C.
versión publicada en Píndaro – Epinicios
edición de Pedro Bádenas de la Peña y
Alberto Bernabé Pajares (Ediciones Akal, Madrid, España, 2002)

jueves, 20 de mayo de 2010

Wislawa Szymborska


Descubrimiento

Creo en el gran descubrimiento.
Creo en el hombre que hará el descubrimiento.
Creo en el terror del hombre que hará el descubrimiento.
Creo en la palidez de su rostro,
la náusea, el sudor frío en su labio.

Creo en la quema de las notas,
quema hasta las cenizas,
quema hasta la última.

Creo en la dispersión de los números,
su dispersión sin remordimiento.

Creo en la rapidez del hombre,
la precisión de sus movimientos,
su libre albedrío irreprimido.

Creo en la destrucción de las tablillas,
el vertido de los líquidos,
la extinción del rayo.

Afirmo que todo funcionará
y que no será demasiado tarde,
y que las cosas se develarán en ausencia de testigos.
Nadie lo averiguará, no me cabe duda,
ni esposa ni muralla,
ni siquiera un pájaro, porque bien puede cantar.

Creo en la mano detenida,
creo en la carrera arruinada,
creo en la labor perdida de muchos años.
Creo en el secreto llevado a la tumba.

Para mí estas palabras se remontan por encima de las reglas.
No buscan apoyo en ejemplos de ninguna clase.
Mi fe es fuerte, ciega y sin ningún fundamento.

Wislaza Szymborska, Kórnik, Polonia, 1923
de Fin y principio, 1993
versión de Gerardo Beltrán

imagen: s/d


Entierro II

“Tan de repente, quién lo hubiera dicho”
“los nervios y el tabaco, yo se lo advertí”
“más o menos, gracias”
“desenvuelve estas flores”
“su hermano también murió del corazón, seguramente es de familia”
“con esa barba jamás lo hubiera reconocido a usted”
“él tiene la culpa, siempre andaba metido en líos”
“he de hablarle pero no lo veo”
“Casimiro está en Varsovia, Tadeo en el extranjero”
“tú sí que eres lista, yo no pensé para nada en el paraguas”
“qué importa que fuera el mejor de ellos”
“es un cuarto de paso, Bárbara no estará de acuerdo”
“es cierto, tenía razón, pero eso no es motivo”
“barnizar la puerta, adivina por cuánto”
“dos yemas, una cucharada de azúcar”
“no era asunto suyo, por qué se metió”
“todos azules y sólo números pequeños”
“cinco veces, y nunca contestó nadie”
“vale, quizá yo haya podido, pero tú también podías”
“menos mal que ella tenía ese empleo”
“no lo sé, tal vez sean parientes”
“el cura, un verdadero Belmondo”
“no había estado nunca en esta parte del cementerio”
“soñé con él hace una semana, fue como un presentimiento”
“mira qué guapa la niña”
“no somos nadie”
“denle a la viuda de mi parte... tengo que llegar a”
“y sin embargo en latín sonaba más solemne”
“se acabó “
“hasta la vista, señora”
“¿qué tal una cerveza?”
“llámame y hablamos”
“con el tranvía cuatro o con el doce”
“yo voy por aquí”
“nosotros por allá”

Wislaza Szymborska, Kórnik, Polonia, 1923
de Gente en el puente, 1986
versión de Abel A. Murcia

miércoles, 19 de mayo de 2010

Dámaso Alonso


Insomnio

Madrid es una ciudad de más de un millón
de cadáveres (según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me
incorporo en este nicho en el que hace
45 años que me pudro,
y paso largas hora oyendo gemir al huracán,
o ladrar los perros,
o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas hora gimiendo como el huracán,
ladrando como un perro enfurecido,
fluyendo como la leche de la ubre caliente
de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios,
preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de
cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren
lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?

Dámaso Alonso, Madrid, España,1898-1990
imagen: Antonio López, La Gran Via

lunes, 17 de mayo de 2010

Catulo


32

Yo te ruego, mi dulce Ipsitila, mis delicias y mi encanto,
que me invites a echar la siesta contigo. Y si me invitas,
dá órdenes para que nadie eche el cerrojo a la puerta
de entrada, y a ti no se te ocurra salir fuera; quédate en casa
y prepárate para que disfrutemos de nueve coitos seguidos.
Si en verdad estás dispuesta, invítame inmediatamente,
pues, cuando después de comer me tiendo panza arriba
bien repleto, atravieso la túnica y el manto.

70

Con ninguno, dice mi amada que preferiría unirse
sino conmigo, aunque Júpiter en persona la deseara.
Eso es lo que dice; pero lo que dice una mujer
a un amante apasionado hay que escribirlo en el viento
y sobre la onda que huye.

85

Odio y amo. Tal vez preguntes: “¿Cómo es posible?”
No lo sé, pero siento que así me sucede
y es una tortura.

98

Si hay alguien de quien pueda decirse, fétido Vectio,
lo que se dice de los charlatanes y los necios,
ese eres tú; con esa lengua tuya podrías lamer,
si te fuera preciso, culos y sandalias de labriego.
Si quieres hacernos perecer a todos a la vez, Vectio,
abre la boca; lograrás por completo lo que deseas.


Cayo Valerio Catulo, Verona, 87 a.C.-Roma, 54 a.C.
Traducción de Víctor José Herrero Llorente
imagen: fresco de Pompeya

domingo, 16 de mayo de 2010

Alberto Girri


Tú, Delfina

En bellos ojos grises,
Con gradual y pertinaz saludo
Deja que tu amor, su dañado ser particular
Se aleje silencioso de esta sala,
Y decline el fulgor en la tulipa.

Bellos, bellos ojos queridos
Pronto actuará la emoción
Y no sabré olvidar que tu muerte
Llamada también sueño eterno
Pudo ser natural, trágica, violenta,
Accidental, dolorosa, confiada,
Inminente, inevitable, súbita
Y pudo ser gloriosa, santa, honorable,
Valiente, infame, vergonzosa, lenta,
Cruel, estúpida, aparente.

Elige una de esas pingües variantes
Y sin comparar vete tranquila,
Que en vez de la pena lamentable
Ensayaré sobre tu faz, seguramente tersa,
Un meritorio beso de cumpleaños.
No me llames entonces simio orgulloso,
No quiebres mi proyecto
He pensado que tal homenaje
Sería brillante y aun definitivo.
Muéstrate complaciente, acéptalo
Pues al menos eres libre
Ya que no atañe a tu memoria
La rueda de las estaciones y los años.

Oh, Delfina,
Tu corazón ahora envuelve la ciudad,
El mundo entero
Y me hace nadar hacia cálidos umbrales
Donde hombres que antes ignoré
Viven de ecos parecidos.

Alberto Girri, Buenos Aires, 1919-1991
de Trece Poemas (1949)
imagen: Ángel Arias, En el parque de Santa Cruz de la Sierra, 2002.



Verano, somos los viejos

Implacable verano, ansiedad remota,
cambiada por esta falsa aceptación,
que en privados campos de lentitud,
es miedo hasta el juicio terminal.
Tu salvaje luz descendiendo,
nos degrada en hileras cada vez más secas,
con ácidas conjeturas
sobre el objeto de la vida que vivimos,
los tormentos posibles y eternos,
las reencarnaciones infinitas;
sobre la malograda vida posible,
que embotamos por esperar cómodos moldes,
y la caridad sin las consabidas inmundicias,
sólida en cuestiones de hiel y pecado.

Implacable verano, somos los viejos,
fuera de ti, fuera del voluble exceso
a que invita el tiempo, su silencioso crédito,
Dios llega como malhechor,
y nos halla preparados, despiertos,
apoyando el alma que no piensa,
y el cuerpo que nada recobra,
en la giratoria ruta del presente.
Somos los viejos, los ancianos,
antes que nos borren,
suplicamos algún influjo,
alguna costosa reparación, que recuerde otra edad,
otro verano.

Alberto Girri, Buenos Aires, 1919-1991
de Escándalos y Soledades (1952)

lunes, 10 de mayo de 2010

Mikelis Norgelis


Leyendo Una visión de Yeats en el Oliver St John Gogarty *

Irlanda es un país muy húmedo.
Cerveza y vómito, semen y pis.
En el baño de abajo una inglesa
tiene sexo con dos irlandeses.
Aquí arriba en la cocina, los chinos se ríen
y los lavaplatos polacos miran fruncido.
Yo empiezo mi breve descanso,
así que puedo volver a Una visión de Yeats.
Me gusta fumar y leer unos versos
y dejar que sus palabras den vueltas por mi cabeza.

Es extraño pensar que todos nosotros,
los polacos, los chinos y yo,
alguna vez fuimos niños con relucientes camisas blancas
con pequeñas bufandas rojas alrededor del cuello
cantando canciones de Esperanza y Progreso
sin saber que éramos La Bestia
a la que tanto temían por aquí
que casi bloqueábamos la luz.

Pero la Bestia está muerta
y hemos salido arrastrándonos como gusanos
de su piel fría.

Mi descanso terminó,
de nuevo a trabajar.
Tengo que bajar cerveza,
enormes barriles como píldoras de acero
que hay que meter a la fuerza por la garganta de la serpiente
que llena las calles de Temple Bar.

Ya no hay ninguna oscuridad en el mundo.
La luz brilla en cada esquina.
Yo no puedo dormir, no puedo soñar.
Como un siervo letonio del medioevo, espero
algo que esperar.

* Tradicional pub de Dublín, ubicado en el barrio de Temple Bar. El nombre del bar honra a Oliver Joseph St John Gogarty, médico, cirujano, narrador y poeta irlandés que sirviera de inspiración para el personaje de Buck Mulligan, en el Ulises de Joyce.

Mikelis Norgelis, Riga, Letonia, 1960. Reside en Dublín, Irlanda.
Traducción del letón al inglés por Michael O’ Loughlin
versión en español © Gerardo Gambolini
imagen: Oliver St John Gogarty


Reading Yeat’s A Vision in the Oliver St John Gogarty

Ireland is such a wet country.
Beer and vomit, semen and piss.
In the downstairs toilet an English woman
is having sex with two Irish men.
Up here in the kitchen the Chinese giggle
And the Polish porters glower.
Me, I am starting my coffee break
So I can return to my Yeat’s A Vision.
I like to smoke and read a few lines
And let his words roll round my head.

Strange to think that all of us
The Poles, the Chinese and me
Once wer children in shining white shirts
With little red scarves around our necks
Singing songs of Hope and Progress
Not knowing we were The Beast
They feared so much over here
That we almost blotted out the light.

But the Beast is dead and
We have come crawling like vermin
Out of its cold fur.

Now my break is over,
And it’s back to work, I
Have to bring down some beer,
Huge barrels like steel pills
To be forced down the throat of the serpent
Which fills the streets of Temple Bar.

There is no longer any darkness in the world.
The light shines in every corner.
I cannot sleep, I cannot dream,
like a medieval Latvian serf I wait
for something to wait for.



Una oda al capitalismo

Estaba muy bien para Pablo Neruda,
Mayakovsky y todos esos camaradas
escribir sus Odas a los Obreros: ellos tenían
metalúrgicos stakhanovitas,
conductores de tractores rojos que labraban suelo virgen.
¿Pero qué hay de mí? ¿Cómo voy a alabar
al operador del call-center,
al barista del hotel boutique,
al agente inmobiliario que les alquila tugurios a eslovacos?

Yo me siento aquí ocho horas por día con mi uniforme azul
en la caja registradora del Tesco,
tratando de pensar un nombre
para lo que hago en realidad.
Mis compañeros se llaman Mariska o Muhammad,
no sé dónde viven,
no sé qué comen.

Todo lo que sé es que somos sacerdotes de una casta inferior
de la iglesia más grande que la historia jamás ha visto.
La gente viene a la baranda del altar,
nosotros imponemos nuestras manos sobre los frutos de la tierra
y se los damos de vuelta a la gente que los produjo,
bendecidos, santificados, pagados.

No, no tengo ganas de escribirle una oda a gente como yo.
Como sea, hay una fiesta en un piso de Baggot Street
y el tipo de Brasil tiene una yerba realmente buena.

Mikelis Norgelis, Riga, Letonia, 1960. Reside en Dublín, Irlanda.
Traducción del letón al inglés por Michael O’ Loughlin
versión en español © Gerardo Gambolini



An Ode to Capitalism

It was all very good for Pablo Neruda,
Mayakovsky and all those comrades
To write their Odes to Labour: they had
Stakhanovite steelworkers,
Drivers od red tractors breaking virgin soil.
But what about me? How am I to praise
The call centre operative,
The barista in the boutique hotel,
The estate agent renting out boxes to Slovaks?

I sit here eight hours a day in my blue uniform
At the cash register in Tesco’s
Trying to think a name
For what I actually do
My co-workers are called Mariska or Muhammad
I do not know where they live
I do not know what they eat.

All I know is we are low caste priests
In the greatest church that history has ever seen
The people come to the altar rail,
We lay our hands on the fruits of the earth
And give them back to the people who made them
Blessed, sanctified, paid for.

No, I don’t feel like writing an ode to people like myself.
Anyway, there’s a party in a flat in Baggot Street
And the guy from Brazil has some really good dope.

viernes, 7 de mayo de 2010

Juan Manuel Inchauspe


Yo no quiero valerme de palabras

Yo no quiero valerme de palabras
que han sido quemadas, torcidas
en una violenta noche de circo.

No quiero esa canción. Tal vez
llegue tarde, tal vez el paisaje
esté mitad petrificado ya.

Pero no hay excusas.
Sólo aquello que aún no he visto
de mí se agita en la noche.

Sólo las voces perdidas que el tiempo
ha vencido en el fondo de mi carne
me hablan. Y esto no tiene nada
que ver con la frialdad
que los otros han arrojado sobre el paisaje.

Yo escupiré mi propia sangre.


Época

Un prolongado ulular me despertó durante la noche.
Tuve una visión fugaz de luces rojas y amarillas, intermitentes.
Con los ojos recién abiertos en la oscuridad
escuché el sonido giratorio por las calles desiertas.
Instintivamente estiré mi mano por entre las varillas
y palpé el cuerpo de mi pequeño hijo:
suave, cálido,
pacificado como un animalito.

Él no sabe nada de estas cosas.
No sabe nada del sueño cortado
en la fría madrugada.
Ni tiene nunca tampoco por qué saber
cómo brotan del sueño estas visiones;
cómo giran, intermitentes, en la memoria,
y flotan con sus ojos de vidrio alrededor del corazón.


Las palabras que no dije

Las palabras que no dije
las que no pronuncié y devolví
al fondo oscuro de mí mismo
me esperan en el camino.

Un día
o una noche cualquiera
no importa el lugar
me golpearán en pleno rostro.

Juan Manuel Inchauspe, Santa Fe, 1940-1985
de Juan Manuel Inchauspe, Poesía Completa, Universidad Nacional
del Litoral, Santa Fe, 1994
imagen: dibujo de J. M. Inchauspe, 1972

miércoles, 5 de mayo de 2010

Raúl González Tuñón


La cerveza del pescador Schiltigheim

Para que bebamos la rubia cerveza del viejo pescador Schiltigheim,
Para que amemos Carcassonne y Chartres, Chicago y Quebec, torres y puertos,
Los blancos molinos harineros y la luz de las altas ventanas de la noche
encendidas para los hombres de frac y para los ladrones.
Y las islas en donde los Kanakas comen plátanos fritos
y bajo las palmeras entre ágiles mulatas suenan los ukeleles.
Islas, dije, las islas, soles rojos, platillos para Darius y Milhaud.
¡Tener un corazón ligero! Vale decir amar a todas las mujeres bellas,
Y una moral ligera, vale decir andar con gitanos alegres
y dormir en un puerto un ocaso cualquiera y en otro puerto y otro
y andar con suavidad y con desenvoltura de fumador de opio.

Para que a cada paso un paisaje o una emoción o una contrariedad
nos reconcilien con la vida pequeña y su muerte pequeña.
Para que un día nos queden unos cuantos recuerdos: decir, estuve,
estuve en tal pasión, en tal recodo. Estuve, por ejemplo,
en la feria de Aubervilliers una mañana, con un trozo de asado,
una amistad tranquila, la mesa clara, el perro, el buen hablar
y afuera, las verduleras de París chapoteando con los zuecos en la nieve.

Para que bebamos la rubia cerveza del viejo pescador Schiltigheim
es necesario no asustarse de partir y volver, camaradas, estamos
en una encrucijada de caminos que parten y caminos que vuelven.

Raúl González Tuñón, de La calle del agujero en la media, 1930.
imagen: La Rue des Abbesses, Maurice Utrillo, c.1910